Zorg, el aventurero
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Zorg, el aventurero

Edades:
A partir de 4 años
Zorg, el aventurero Zorg vivía en una galaxia muy lejana. No podríamos decir exactamente dóndel porque se pasaba el día de acá para allá. Era un ser muy curioso y siempre estaba buscando nuevas aventuras y exploraciones. Le encantaba ir por ahí descubriendo cosas nuevas y conociendo a otros seres de diferentes planetas.

En sus misiones, Zorg siempre había tenido algún compañero. Sin embargo, con el paso del tiempo, los alienígenas exploradores que le acompañaban se habían ido retirando, hasta que solo había quedado él.

Un día, mientras viajaba el espacio en su nave, sin compañía y muy lejos de casa, Zorg se dio cuenta de que tenía miedo de quedarse solo. Comenzó a preocuparse pensando en qué pasaría si algún día se perdía en medio de la nada.

Zorg decidió aterrizar su nave en el primer planeta que encontrara para pensar qué hacer con vida. Así llegó a un extraño planeta que no conocía. Cuando salió de la nave, se encontró con un grupo de criaturas extrañas.

—Hola, soy Zorg, ¿quiénes sois vosotros? —preguntó Zorg.

—Hola Zorg, somos los Tungulus —respondieron las criaturas—. Hemos venido a explorar.

Zorg se acercó a ellos y comenzaron a hablar. Descubrió que eran amables y simpáticos, y que estaban muy interesados en conocerlo. Juntos, comenzaron a explorar el planeta y descubrieron cosas increíbles.

Mientras caminaban por el planeta, encontraron un enorme acantilado que parecía imposible de cruzar. Zorg comenzó a ponerse nervioso.

—No sé si podré cruzar esto —dijo Zorg, mirando hacia abajo.

—¡Claro que puedes, Zorg! —exclamó uno de los Tungulus—. ¡Vamos, te ayudaremos! A nosotros esto se nos da muy bien. Pero tienes que poner de tu parte. Fíate de nosotros y haz todo lo que te digamos.

Los Tungulus cogieron a Zorg de las manos y comenzaron a cruzar el acantilado juntos. Poco a poco, Zorg empezó a sentirse más confiado. Sus nuevos amigos le estaban ayudando y él era mucho más capaz de lo que pensaba.

—¡Lo conseguimos! —exclamó Zorg.

Después de superar el acantilado se encontraron con un denso bosque lleno de árboles gigantes y misteriosas criaturas.

—¡Oh, vaya! —exclamó Zorg—. Este bosque parece un laberinto. No tengo idea de qué hacer.

Los Tungulus se miraron entre ellos, intercambiando ideas en su peculiar lenguaje.

—Zorg, no te preocupes —dijo uno de los Tungulus—. Juntos encontraremos la salida. Pero debes confiar en nosotros y seguir nuestras indicaciones.

Zorg asintió, dispuesto a seguir adelante. Los Tungulus lo guiaron a través del bosque, evitando las trampas y los obstáculos que encontraban en el camino.

Cuando salieron del laberinto no les dio tiempo a celebrarlo, porque enseguida se encontraron frente a un vasto océano lleno de olas imponentes.

—¡Oh, no! —exclamaron los Tungulus—. No sabemos nadar. ¿Cómo cruzaremos este océano?

âZorg, el aventurero€”No os preocupéis, que yo tengo una solución para esto —dijo Zorg, mientas le daba a un botón de su ropa y se desplegaba una enorme balsa hinchable. Ahora sois vosotros los que tenéis que confiar en mí.

Juntos, se aventuraron en el océano, navegando entre las olas gigantes.

Después de un emocionante viaje, llegaron a la costa.

—¡Lo logramos! —exclamaron todos a la vez.

Siguieron caminando hasta que llegaron al punto de partida.

—Vaya, qué planeta más pequeño —dijo Zorg.

—Pues sí, ya los hemos explorado, así que habrá que ir a buscar otro —dijo uno de los Tungulus.

—Podríamos ir juntos, si os parece bien —dijo Zorg.

—¡Qué buena idea! —exclamaron los Tungulus.

Zorg no volvió a tener miedo a quedarse solo, pero no por haber encontrado a los Tungulus, sino porque descubrió que, allá donde fuera, siempre podía conocer gente nueva e interesante.

Y como cada vez eran más los alienígenas que se sumaban a su curiosa expedición para explorar la galaxia, quedarse solo se convirtió en algo casi imposible.
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