Hace mucho mucho tiempo que Noé, el primer poblador de la península Ibérica, envió a estas tierras a su nieto Túbal para que las poblara y gobernara. Con el tiempo Túbal las convirtió en un lugar próspero en el que sus gentes vivían felices y tranquilos.
Túbal se sentía orgulloso de su pueblo, como también lo hacía de su hija, la princesa Pyrene. Una muchacha bellísima y dulce a la que le gustaba pasar las tardes sentada en la orilla del río, cantando y peinando su hermosa melena.
Una de estas tardes ocurrió algo terrible mientras Pyrene disfrutaba tranquilamente en el lago. Un monstruo gigante con tres cabezas llamado Gerión llegó a las tierras de Túbal para atemorizar a la población. Amenazó a los pastores con matarlos si no les daba sus ovejas y persiguió a sus hijas hasta que se cansó. Cuando acabó con sus tropelías descubrió a Pyrene y permaneció vigilándola en silencio mientras decidía que la muchacha sería suya fuese como fuese.
Las fechorías de Gerión comenzaron a convertirse en algo habitual y el rey Túbal no sabía qué hacer para detenerlo y proteger a sus súbditos. Desesperado, optó por pedir ayuda a los dioses.
- Os lo suplico gran Zeus ¡ayudadme!
- De acuerdo Túbal. Os enviaré a mi hijo Hércules para que acabe con el gigante.
Hércules era el hombre más fuerte sobre la tierra y por eso Túbal respiró tranquilo ante la respuesta de Zeus.
Cuando Hércules llegó a esas tierras y vio con sus propios ojos a Pyrene quedó en ese mismo instante encantado ante su belleza y delicadeza. Mientras que en el corazón de la muchacha sucedió exactamente lo mismo. Ambos se enamoraron en ese justo instante.
Hércules y Pyrene paseaban su amor por todos los rincones de aquellas tierras mientras el malvado Gerión los seguía muy de cerca, preso de los celos y la ira. Tal era la rabia que tenía dentro de sí, que se presentó ante el rey para pedirle la mano de la princesa.
El rey se temió que si se negaba tomara represalias contra su pueblo así que no tuvo más remedio que aceptar. Gerión se quedó en el castillo esperando el momento en que Pyrene regresara de uno de sus paseos con su amado para llevársela consigo.
- Hola Pyrene, te estaba esperando… - dijo Gerión nada más verla con los ojos muy abiertos
- ¡Gerión! ¿Qué hacéis aquí? ¡Iros si no queréis que Hércules acabe con vos!
- Vuestro padre me ha dado vuestra mano, así que ahora sois mía
- ¡De ninguna manera!
- No sabéis lo malvado que puedo llegar a ser si me hacéis enfadar.
- ¡Jamás iré con vos!
- Es vuestra última oportunidad para venir conmigo si no queréis desatar mi furia
- ¡Nunca! ¡Nunca seré vuestra monstruo terrible!
Y tras decir esto la princesa echó a correr por el castillo hasta que logró despistar a Gerión y pudo escapar a través de los pasadizos secretos hasta el monte.
Gerión salió del castillo maldiciendo y arrasando con todo lo que pillaba. Llegó al monte y amenazó a Pyrene para que saliera, pero la muchacha aguardaba escondida a que Hércules la rescatara para salir. Preso de la furia, Gerión prendió fuego al monte.
En ese momento llegó Hércules y se enfrentó con su espada al monstruo en un terrible combate en el que logró vencerle y cortar una a una sus tres cabezas. Cuando terminó, acudió raudo en busca de su amada.
- ¡Pyrene! ¡Pyrene! ¿Dónde estáis? ¡No puedo veros!
Al fin encontró a la princesa aunque ya era demasiado tarde…
- Mi corazón os pertenece mi valiente Hércules, no lo olvidéis jamás
Hércules juró construir el más bello mausoleo a su amada, así que colocó su cuerpo inerte en la tierra y comenzó a colocar una por una las grandes rocas del monte hasta que formó la más hermosa cordillera a la que en honor de su amada decidió llamar Pirineos. Sobre las montañas colocó un eterno manto blanco de nieve mientras el héroe, desconsolado, no podía dejar de llorar. Sus lágrimas cayeron a la tierra formando lagos helados que todavía hoy, permanecen intactos en el Pirineo.