Había una vez un gato que llegó a un bosque por primera vez. No conocía a nadie y al ver a la señora zorra pensó: "Quizá pueda hacerme amigo suyo. Intentaré ser amable con ella"
- Buenos días querida señora zorra. ¿Cómo se encuentra usted? Hace un día maravilloso, ¿no cree?
La zorra lo miró con desprecio y tras unos instantes pensando si merecía la pena contestarle o no, finalmente lo hizo.
- ¿Pero quién eres tú minino para dirigirte a mi como si me conocieras de algo? Que yo sepa no te conozco de nada... ¿O es que te crees muy listo, eh? Dime, ¿qué sabes hacer que no sea decir miau?
- Bueno… la verdad es que no sé hacer muchas cosas - contestó el pobre gatito avergonzado.
- ¡Ja! Lo sabía.
El gatito se sintió muy mal ante la humillación de la zorra, y estaba dándose la vuelta para volver por donde había venido cuando tuvo una idea.
- Aunque hay algo que sé hacer muy bien
- ¿Ah sí? ¿Y qué es?
- Sé subirme de un salto a los árboles cuando los perros me persiguen. Ya me he salvado dos veces.
La zorra se echó a reír escandalosamente.
- ¡Ja, ja, ja, ja! ¿De verdad es eso todo lo que sabes hacer? Yo conozco cientos de trucos para librarme de ellos. Pero tu eres un simple minino, seguro que no podrías aprender ni la mitad.
En ese momento apareció un cazador con cuatro perros ladrando como locos.
- ¡Corra señora zorra, corra!
El gato saltó rápido a la copa del árbol más cercano, mientras que a la pobre zorra de nada le sirvieron sus cientos de trucos para escapar, porque los perros fueron más rápidos que ella y lograron atraparla.