Había una vez dos jóvenes aventureros que recorrían el mundo buscando tesoros, salvando a personas en peligro y rescatando niños perdidos.
Malcolm, el mayor y más fuerte de los dos, era el que siempre se quedaba con los mejores premios, comía la mejor comida, bebía la mejor bebida y descansaba en la mejor cama. Elián, el más joven, tenía que conformarse con lo que su compañero le dejaba.
Sin embargo, a la hora de luchar o de enfrentarse a un peligro, era Elián el primero que se lanzaba. Malcom, que era más grande y tenía más fuerza, esperaba el momento final para rematar la faena y llevarse la gloria. Y así quedaba él como el más valiente y todo el mundo le alababa.
Con el tiempo, Malcolm empezó a cogerle el gusto a eso de alardear de músculos y de lucirse esperando que llegara su momento. Mientras tanto, Elián fue haciéndose más fuerte y hábil a la vez que su compañero perdía facultades.
Un día, Malcolm y Elián escucharon que un malvado dragón había raptado a los hijos mellizos del rey, un niño y una niña de corta edad. Estaban a dos jornadas de camino de la guarida del ladrón, pero nada les impidió cabalgar sin descanso hasta allí para rescatar a los mellizos.
Cuando estaban a punto de llegar, Malcom le dijo a Elián:
-Compañero, no nos hemos enfrentado nunca a hazaña semejante. Sin embargo, creo que la estrategia que hemos seguido hasta ahora nos servirá. Tú entrarás primero. El dragón te verá joven y pensará que eres cosa fácil de vencer. Cuando lo hayas cansado lo suficiente entraré yo, cuando menos se lo espere, te ayudaré a acabar con él.
-Creo que esta vez deberíamos pensar en otra cosa -dijo Elián-. Nunca hemos luchado contra un dragón.
-¿Crees que no vas a ser capaz de cansarle durante un rato? -preguntó Malcolm.
-No es eso -dijo Elián-. También me cansaré yo con él. ¿Qué pasará si tú llegas y no puedes con él? Puede que yo esté demasiado agotado para ayudarte.
-Yo podré con él, no lo dudes, y podría con tres más como él -dijo Malcolm.
A Elián no le quedó más remedio que aceptar. Ya estaban llegando y tenía que prepararse para enfrentarse él solo al dragón.
Elián entró en la guarida de la fiera sigilosamente, desató a los niños y les dijo que huyeran. Pero justo en ese momento le sorprendió el dragón, que se colocó en el único acceso de la cueva para evitar que huyeran.
-Escondeos, niños, ¡rápido! -dijo Elián, mientras sacaba su espada.
Elián y el dragón lucharon durante horas. Pero como el dragón no se movió del acceso a su guarida Malcolm no pudo entrar a ayudar a su compañero.
-¡Atráelo, haz que vaya hacia ti! -gritaba la gente que se había congregado para ver la lucha.
Pero Malcolm tenía tanto miedo que permanecía paralizado en su pose chulesca de siempre, pero con una cara de miedo que daba pena.
Después de varias horas Elían cayó exhausto. El dragón vio el momento de acabar con él y, olvidando que tenía que proteger la entrada, se acercó hasta Elián para comérselo de un bocado.
Los niños, que no querían que el dragón acabara con el valiente muchacho, salieron corriendo de su escondite para distraerlo y sacarlo de la guarida.
El dragón, al verlos huir, perdió el interés en comerse a Elián para coger a los niños. Al salir, el dragón se encontró con el gran Malcolm allí plantado, paralizado por el miedo, empapado de sudor.
El dragón se paró frente a Malcolm y lo olió. Nada abre más el apetito de un dragón que el olor a miedo.
El dragón abrió la boca y, justo cuando iba a lanzarse contra Malcolm, un escudo se le clavó entre la lengua y el paladar. Elián había conseguido llegar hasta él arrastrándose y había salvado a su compañero en el último momento.
Desde entonces es Elián el que hace los planes y el que dirige las expediciones. Aunque deja que Malcolm siga rematando las aventuras a cambio de que comparta los premios a partes iguales y no se quede con toda la gloria.