Belinda era una joven princesa que llevaba una vida alegre y despreocupada. Sus padres le daban todo lo que cualquier jovencita pudiera desear.
Un día, la reina le dijo a su hija que debía prepararse para el día en que tuviera que reinar. A Belinda no le hizo mucha gracia, porque eso significaba estudiar, sacrificarse y tener obligaciones.
Madre e hija discutían día tras día hasta que Belinda se enfrentó a su madre advirtiéndola con irse de casa, creyendo que así su madre cedería a sus deseos. Pero la reina no la tomó en serio y la dejó sola en su habitación.
Belinda se sintió muy ofendida y se marchó del castillo, llena de ira.
Después de caminar por el bosque durante un rato se dio cuenta que no se había vestido de princesa, sino que llevaba la ropa corriente que usaba para jugar con sus mascotas en el jardín. ¿Cómo la reconocerían con ese aspecto?
Mientras caminaba con tristeza sin saber qué hacer sintió el olor de un guiso que le abrió el apetito. Se dejó guiar por aquel olor y llegó a una pequeña aldea de campesinos. El olor venía de una taberna. Quiso entrar a comer, pero entonces se dio cuenta que no tenía con qué pagar la comida, y se quedó en la puerta.
El joven tabernero la vio sentada y se acercó a ofrecerle un plato de comida caliente.
- Toma jovencita -le dijo el tabernero-. Parece que tienes hambre.
- Gracias señor, pero no puedo aceptarlo -dijo Belinda -. No tengo con qué pagarlo.
- No te preocupes - insistió el tabernero -. Come y cuéntame qué hace una jovencita como tú sola y lejos de su casa.
Belinda rompió a llorar ante la amabilidad de aquel hombre. Le explicó las discusiones que tenía con su madre.
- Mi padre y yo también discutíamos muchas veces -le dijo el tabernero a Belinda -. Yo no quería preocupaciones ni responsabilidades y me negaba a ayudarle en la taberna. Un día él tuvo un accidente por mi culpa mientras yo le gritaba porque no quería cargar unos barriles, y desde entonces tengo que trabajar para mantener a mi familia porque él no puede. No sabes cuánto me arrepiento de haber sido tan egoísta. Ahora que sé lo duro que es trabajar entiendo mejor a mi padre. Él sólo quería lo mejor para mí.
Las palabras de aquel hombre hicieron cambiar el corazón de la princesa, que decidió volver a palacio.
- Creo que volveré a casa -dijo Belinda-. Gracias por la comida y por la historia. Me han servido de mucho.
S
u madre la recibió con los brazos abiertos. Había mandado a toda la guardia real a buscarla y estaba muy inquieta por si le había pasado algo.
-¡ Hija mía, ven! -dijo la reina-. ¿Estás bien? ¡Cuánto siento haber sido tan dura contigo!
- Estoy bien, mamá -dijo Belinda-. Yo soy la que tiene que pedirte perdón. He sido una egoísta desagradecida que no ha tardado mucho tiempo en darse cuenta de que tiene una madre maravillosa.
Belinda y su madre pasaron horas hablando sobre aquello. Desde entonces, cuando discutían, la princesa recordaba de la historia del joven tabernero y eso le hacía comprender una vez más que su madre sólo quiere lo mejor para ella.
La historia del tabernero ayudó mucho a Belinda y fue también el comienzo de una amistad que con el tiempo, acabaría conviertiéndose en una bonita historia de amor.