Benjamín era el pequeño de una gran familia que vivía en un pequeño pueblo agrícola. Aunque no vivía de forma ostentosa, a la familia de Benjamín no le faltaba de nada. Pero a Benjamín esa vida no le llamaba la atención. Él quería recorrer el mundo en busca de aventuras, conocer lugares extraños y hablar con gente diferente.
-Mamá, cuando sea mayor viajaré a Ciudad Corazón y te traeré el corazón más grande que haya -le decía Benjamín a su madre todas las noches antes de irse a dormir.
-Ya veremos, hijo, ya veremos -le decía su madre, noche tras noche, pensando que algún día se le pasarían sus sueños infantiles.
Pero pasaban los años y Benjamín seguía pensando en viajar a Ciudad Corazón para buscar el regalo que le había prometido a su madre. Un día, su padre intervino, cansado ya de tanta fantasía.
-Benjamín, tu sitio está aquí, con tu familia. Hemos trabajado mucho para labraros un futuro a ti y a tus hermanos. No necesitas buscar otra cosa. Déjate ya de fantasías inútiles y empieza a pensar qué vas a aportar tú a la familia, que ya es hora.
Pero a Benjamín no le apetecía seguir lo que su padre había empezado, y le respondió:
-Esta es la vida que tú has elegido para ti, papá. Yo quiero para mí otra cosa.
-No digas tonterías. Tú seguirás lo que tu madre y yo empezamos para vosotros -dijo su padre.
-Tú elegiste libremente lo que querías hacer con tu vida. ¿Por qué no puedo hacer yo lo mismo? -preguntó Benjamín.
-Porque yo sé mejor que tú lo que te conviene -dijo su padre.
-Yo no soy como tú -dijo Benjamín.
-Déjalo ya, Benjamín. Harás lo que yo diga y punto.
Pero Benjamín no estaba dispuesto a que su padre decidiera su destino, así que cogió un caballo, algo de ropa y comida y se escapó.
Benjamín viajó y viajó durante semanas, haciendo pequeños trabajos a cambio de comida y un lugar donde dormir. Tuvo que hacer frente a maleantes y estafadores, pasó hambre y frío, pero su tenacidad no le permitió ni un segundo de desesperanza.
Y así llegó hasta Ciudad Corazón, la mítica ciudad en la que nadie creía, salvo unos cuantos soñadores como él.
Al llegar a Ciudad Corazón se presentó al Gobernador, quien le recibió con los brazos abiertos.
-Hace tiempo que te esperaba -dijo el Gobernador-. Aquí tienes el corazón que has venido a buscar.
Benjamín miró sorprendido el corazón que el Gobernador le entregaba.
-Pero, si esto no es más que una piruleta -dijo Benjamín.
-El premio que se gana por llegar a Ciudad Corazón no está en lo que te damos al llegar, sino en lo que obtienes por el camino, amigo Benjamín.
B
enjamín le dio las gracias al Gobernador y regresó a casa.
-Mamá, aquí tienes lo que te prometí -dijo el muchacho a su madre mientras le entregaba la piruleta. A continuación se dirigió a su padre:
-Padre, siento haberme ido así. Espero que entiendas que tengo un sueño, un sueño que es mío y de nadie más, y que voy a hacer lo imposible por alcanzarlo. No espero que lo compartas, ni siquiera que lo entiendas. Me conformo con que lo respetes.
-Está bien, hijo mío -dijo su padre-. Pero, por lo que más quieras, no vuelvas a irte así. Hemos sufrido muchísimo en tu ausencia.
Benjamín se quedó un tiempo más en casa, ahorrando para sus futuros viajes y aprendiendo todo lo que necesitaba para poder viajar por el mundo. La preparación sería dura y el viaje difícil, pero no había nada que asustara ya al pequeño Benjamín, que estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguir lo que quería.