Cori era un pez payaso. Sus atractivos y brillantes colores hacían que los de su especie fuesen los peces más bonitos de las peceras. Lo malo era que a Cori no le gustaba vivir allí aunque él y sus compañeros disfrutasen de mucho espacio y tuviesen muchos rincones en los que esconderse y jugar. Además, sus dueños les daban comida muy rica y hablaban con ellos todos los días. Cori esperaba impaciente todos los días ese momento.
Su dueño le contaba cómo le había ido el día y él le respondía con miradas y aleteos. Pero, aunque disfrutase mucho de aquellos momentos. Cori quería conocer el mar. Aunque sólo fuese durante unos días para luego volver.
Así que un día se decidió y aprovechó un despiste de su dueño para saltar dentro del vaso de agua que sostenía en la mano. Vivían en una casa justo al lado de la playa, así que no le fue difícil llegar hasta la orilla. Del vaso dio un brinco hasta un cubo con agua de mar que llevaba un niño que en ese momento pasaba por la calle. Esa fue la primera vez que Cori sintió en su cuerpo el salitre. Le encantó la sensación, porque nunca había experimentado algo parecido.
Del cubo saltó a una piscina de agua salada, porque sabía bien que el cloro le haría mucho daño. El siguiente paso tras la piscina fue otro cubo, pero esta vez el que usaban unos surfistas para guardar el calzado.
Por fin, tras mucho esfuerzo y no menos nervios, Cori llegó al mar. Pronto se adentró para que nadie le viese y lo devolviese a su casa. Lo primero que notó fue que el agua estaba muy fría. Estaba acostumbrado al agua climatizada de la pecera.
Como Cori estaba acostumbrado a que le echasen la comida dos veces al día, los primeros días pasó un poco de hambre. Pronto empezó a saber qué plantas podía comer. Se hizo amigo de una familia de estrellas de mar y con ellos aprendió un montón de cosas. Por ejemplo, a entender que la marea subía y bajaba y que los peces nadaban todos juntos algunas veces al año. Cori pronto encontró su lugar y empezó a sentirse muy cómodo.
Como se había hecho una promesa a sí mismo, a las pocas semanas volvió a la pecera. Realizó el mismo recorrido para volver a casa. Al zambullirse de nuevo en la pecera, sintió el agua menos salada pero se reencontró con sus amigos y con esas personas que todos los días se acercaban a darles de comer. Se acordó de sus semanas en el mar, de su aventura para llegar hasta allí y pensó que sería buena idea ir de vez en cuando para cambiar de aires.Como cuando los niños se van de campamento, se dijo a sí mismo. Así que, desde ese momento, empezó a darse paseos por el mar cada cierto tiempo.