En una pequeña ciudad de algún paÃs del mundo vivÃan dos personas de interés: Don Bravucón y don Titiritero.
Don Bravucón era rico y vestÃa bien. TenÃa muchas propiedades y lucÃa siempre excelentes joyas. Sus fiestas eran las más ostentosas. En ellas habÃa comida de gran calidad, música en directo y una gran piscina en la que cualquiera se podÃa bañar.
Don Titiritero no tenÃa nada que ver con don Bravucón. Don Titiritero era un tipo humilde, que vestÃa de forma sencilla y vivÃa en una pequeña caravana a las afuera de la ciudad, junto al rÃo. En sus fiestas solo habÃa snacks baratos, refrescos de botella de dos litros, la música de la radio y el que quisiera bañarse tenÃa que darse un chapuzón en el rÃo.
Aun asÃ, las fiestas de don Titiritero estaban siempre llenas de gente y duraban hasta la mañana siguiente. Eso si, no se prolongaban dos o tres dÃas.
Don Bravucón no entendÃa por qué las fiestas de don Titiritero tenÃan tanto éxito.
—A mà me gustan mucho las historias que cuenta don Titiritero sobre su vida y sus experiencias —le comentó don Friolero a don Titiritero.
Don Bravucón pensó que él también podÃa hacer eso, asà que empezó a contar a los invitados a sus fiestas historias sobre cómo se habÃa hecho rico y les contaba en qué gastaba todo el dinero que ganaba.
Sin embargo, don Bravucón observó que, desde que empezó a hacer eso, cada vez iba menos gente a sus fiestas.
Molesto por lo que estaba pasando, don Bravucón se escondió tras unos arbustos para ver una de las fiestas de don Titiritero. Cuando lo vio rodeado de gente se dio cuenta de que todos los que rodeaban a don Titiritero se reÃan.
—Claro, tengo que contar chistes para que la gente se rÃa —pensó don Bravucón.
Pero esto tampoco funcionó.
—¿Por qué nadie se rÃe de mis chistes? —preguntó don Bravucón a don Friolero.
—Es que no tienen gracias y, además, no vienen a cuento —contestó don Friolero.
—Pero don Titiritero cuenta chistes y todos se rÃen —insistió don Bravucón.
—No te equivoques —dijo don Friolero—. Don Titiritero no cuenta chistes. Es que cuenta sus historias con mucha gracia. ¿Por qué no vienes un dÃa a una de sus fiestas y te integras con la gente?
—¿Qué pensará la gente si me ve en un ambiente as� —dijo don Bravucón.
—No digas bobadas, que toda la gente que viene a tus fiestas también va a las de don Titiritero —dijo don Friolero.
—No es posible —dijo don Bravucón—. El otro dÃa me escondà y no vi a nadie conocido.
—Porque la gente va a las fiestas de don Titiritero a pasarlo bien, no a lucir palmito ni a presumir de ropa, joyas y perfumes caros.
A Bravucón le picó la curiosidad y se presentó en una de las fiestas de don Titiritero.
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€”Ey, colega, qué alegrÃa verte por aquà —dijo don Titiritero—. Ven, que te presento a la gente. Estás en tu casa, eh, asà que come lo que quieras, bebe lo que te apetezca y no preocupes por nada.
Don Bravucón, por primera vez en su vida, se sintió libre y cómodo entre la gente. No tenÃa que preocuparse de mantener una apariencia impecable ni de demostrar que era rico y poderos.
Pero lo que más le gustó fue ver que don Titiritero era un tipo agradable, que se reÃa de sà mismo cuando contaba sus peripecias y que no se avergonzaba de nada. ¡Y se preocupaba por la gente! ConocÃa el nombre de todos, y para todos tenÃa alguna historia que sabÃa que le iba a gustar.
A partir de entonces, don Bravucón no se pierde ni una sola fiesta de don Titiritero, incluso le invita a las suyas y le pide que le ayude a organizarlas. Y, con el tiempo, don Bravucón aprendió a ser tan buen anfitrión como su colega, don Titiritero. Y todo el mundo está feliz, unos dÃas con fiesta de baño en piscina y otros con fiesta en el rÃo, pero felices al fin y al cabo.