Había una vez un oso polar y un oso pardo que vivían en un zoo. Cada uno tenía su propio espacio, adaptado a sus necesidades. Al oso pardo le habían recreado el hábitat de un bosque junto a una pequeña montaña. Mientras que al oso polar le había construido una increíble reproducción del Polo Norte.
Al principio, cuando los osos llegaron, causaron un gran revuelo, y todo el mundo quería verlos. Sin embargo, con el paso del tiempo, casi nadie iba a ver al oso polar porque en su casa hacía mucho frío, y se entretenían viendo al oso pardo.
Un día, el oso pardo oyó a unos niños decir que él era mucho mejor que el oso polar. Al principio, al oso pardo le encantó la idea de ser el mejor de los dos, y se pavoneaba delante de los visitantes. Y así fue consiguiendo cada vez más y más visitas.
Al cabo de pocas semanas, el oso pardo había logrado atraer la atención de todos los visitantes. El oso pardo era feliz. Pero entonces, escuchó a los veterinarios del zoo decir que el oso polar estaba tan triste que temían por su vida.
- Morirá de pena si no hacemos algo -dijo uno de los veterinarios.
- Si consiguiéramos que la gente fuera a visitarlo, tal vez podríamos salvarlo -dijo otro de los veterinarios.
El oso pardo se sintió muy culpable en ese momento. Había acaparado la atención de todos los visitantes para demostrar que era el mejor.
- Tengo que hacer algo por mi compañero -pensó el oso pardo-. Al fin y al cabo, los dos somos osos, aunque pertenezcamos a especies distintas. No puedo dejar que esté así de triste. Tengo que ayudarle.
El oso pardo decidió esconderse y no salir. Pensó que así la gente iría en busca del oso polar. Una parte del plan funcionó, ya que consiguió que la gente fuera a visitar al oso polar. Pero cuando lo veían tan triste y deprimido se marchaban o, aún peor, le gritaban y le decían cosas feas.
Todo esto llegó a oídos del oso pardo, que se escondía cerca del vallado para escuchar lo que pasaba.
- Esto no funciona -pensó el oso-. Tendré que hacer otra cosa.
Con mucho esfuerzo y paciencia, el oso pardo consiguió abrir un hueco escarbando por la noche por debajo de las vallas de su jaula, cuando nadie le veía. Por la mañana, tapaba el agujero con hojas y ramas para que no le descubrieran.
Cuando consiguió salir, el oso pardo se fue a la jaula del oso polar, que se puso muy contento al ver que tenía compañía. Ambos osos se abrazaron y empezaron a jugar toda la noche. Al amanecer los visitantes los encontraron durmiendo uno al lado del otro en la misma jaula y, entusiasmados, se agolpaban para ver aquella escena tan pintoresca.
- Tengo frío -dijo el oso pardo. Creo que debería irme a mi bosque.
- Pero… ¿significa eso que volverás a visitarme? -preguntó el oso polar.
- Por supuesto - respondió el oso pardo.
Desde entonces, los dos osos reciben muchas visitas, incluso más que antes. Y a menudo los dos osos se visitan mutuamente y lo pasan en grande jugando juntos.