El abuelo Juan recibÃa a sus nietos con mucha ilusión todos los veranos. Se pasaba el año pensando en cómo los sorprenderÃa la próxima vez que los niños fueran al pueblo a pasar unos dÃas con él.
—¡Abuelo! —gritaron los niños al bajar de autobús.
Juanito, Anita y Lucas fueron corriendo a abrazar al abuelo Juan.
—Vamos a casa —dijo el abuelo—. He preparado un buen bizcocho y también tengo una sandÃa enorme que acabo de coger de la huerta esperando a ser abierta.
Los niños fueron hablando todo el camino. HabÃan viajado solos en el autobús y tenÃan muchas cosas que contar a su abuelo.
—¿Qué sorpresa nos has preparado este año, abuelo? —preguntó Anita.
—¡No se te pasa una, chiquilla! —exclamó el abuelo Juan, pero no respondió a su pregunta.
—¡Venga, habla! —insistió Anita. Pero el abuelo se limitó a cambiar de conversación.
Cuando los niños se comieron el bizcocho y dieron buena cuenta de la sandÃa, el abuelo les dijo:
—¿Estáis listos para la sorpresa de este año?
—¡SÃ! —gritaron los niños.
—Pues más os vale descansar bien esta noche dijo el abuelo—. Mañana nos pondremos en marcha al amanecer, con la fresca. Poneos buenas botas, que saldremos al monte.
A la mañana siguiente no hubo que despertar a los niños. Ellos mismos saltaron de la cama en cuanto el primer rayo de sol iluminó su habitación.
Caminaron durante una hora, más o menos. Y entonces lo vieron. No hacÃa falta que su abuelo les dijera lo que estaban buscando.
—¡Es un árbol enorme! —exclamó Juanito.
—Es una encina centenaria —dijo el abuelo—. Tiene el tronco tan grueso que se necesitan al menos diez adultos para rodearla por completo.
—¿De quién es? —preguntó Lucas.
—En teorÃa, nuestra —dijo el abuelo—. Estas tierras pertenecen a nuestra familia desde hace generaciones. Pero cualquiera puede venir hasta aquà a verla y pasar un rato bajo sus enormes ramas.
Los niños vieron que habÃa una especie de casita un poco más lejos.
—¿Qué es aquello? —preguntó Juanito.
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€”Un viejo refugio —dijo el abuelo—. Lo he arreglado para poder usarlo, si queréis.
—¡SÃ! —gritaron los niños.
Ese dÃa lo pasaron en grande, intentando trepar a la encina y revisándola palmo a palmo.
Al atardecer se pusieron en marcha para regresar a casa.
—¿Podremos volver? —preguntó Lucas.
—Incluso podemos pasar unos dÃas allÃ, en el refugio, si queréis —dijo el abuelo.
—¡Bien! —gritaron los niños.
—Ojalá pudiéramos vivir aquà todo el año —dijo Juanito.
—Entonces todo esto no serÃa tan emocionante —dijo el abuelo.
Los niños abrazaron a su abuelo. TenÃan muchos dÃas por delante y no tenÃan intención de desperdiciar ni un solo minuto.