En la tranquila aldea de Aneyoshi, en Japón, las casas eran cálidas y acogedoras, rodeadas de verdes campos donde los niños jugaban hasta el atardecer. Pero lo más especial de esta aldea era un antiguo y frondoso árbol que se erguía en la colina más alta, vigilando todo el valle.
Un día, mientras los pequeños Kaito y Suki jugaban a la sombra del árbol, la abuela Miko, se acercó a ellos.
— Niños, ¿sabéis la historia de este árbol y de las piedras Tsunami Tendenko? — preguntó con voz temblorosa.
Suki, con curiosidad, respondió:
—He oído hablar de esas piedras, pero no conozco su verdadera historia.
La abuela Miko sonrió y comenzó su relato:
—Hace muchos años, un gran tsunami azotó nuestra aldea. Las olas eran gigantescas, como montañas de agua enfurecida. Pero nuestro árbol y las piedras Tsunami Tendenko nos dieron una advertencia.
Kaito miró sorprendido.
—¿Cómo pudo un árbol y unas piedras advertirnos?
La abuela señaló una de las piedras cercanas, donde se leía: "No construyas tu casa más abajo de este punto".
—Estas piedras fueron colocadas por nuestros ancestros. Nos cuentan historias de tsunamis pasados y nos advierten dónde es seguro construir y dónde no. Y ese año, nuestro árbol, con su susurro constante, parecía hacer eco a la advertencia de las piedras.
Suki miró el árbol con nuevos ojos, llenos de admiración.
—Entonces, ¿qué hizo la gente de Aneyoshi?
—Escucharon —respondió Miko—. La aldea entera se trasladó a terrenos más altos, respetando la sabiduría de las piedras y el árbol. Y cuando las aguas furiosas llegaron, nuestras casas y familias estaban a salvo.
Kaito abrazó el tronco del árbol y dijo en voz baja:
—Gracias, árbol sabio. Gracias, piedras Tsunami Tendenko.
Desde ese día, Kaito y Suki se convirtieron en guardianes de la historia, recordando siempre la importancia de escuchar y aprender de las enseñanzas del pasado. Y así, generación tras generación, Aneyoshi siguió floreciendo, respetando siempre el legado del árbol sabio y las piedras que hablaban de olas gigantes.