El bosque de los cristales mágicos
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El bosque de los cristales mágicos

Edades:
A partir de 6 años
El bosque de los cristales mágicos Había una vez una niña curiosa y valiente llamada Andrea, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de colinas y leyendas. Con ella siempre estaba Paulino, su mejor amigo, un poco más temeroso, pero leal y aventurero, a su manera.

En el pueblo, se contaba una antigua historia sobre el Bosque Encantado, un lugar mágico donde, en una noche especial cada año, cristales en forma de estrellas fugaces caían del cielo.

— ¿Crees que es verdad? —preguntó Andrea a Paulino una tarde, mientras observaban el atardecer.

— No lo sé, pero sería increíble descubrirlo —respondió Paulino, aunque un poco dudoso.

La leyenda decía que quien encontrara uno de estos cristales podría pedir un deseo. Andrea recordó entonces el collar que su abuela le había dado y que había perdido, y en lo mucho que le gustaría recuperarlo, ahora que ella ya no estaba con ella. Paulino pensó en lo interesante que sería superar su miedo a lo desconocido.

Con la llegada de la noche especial, los dos amigos se aventuraron en el Bosque Encantado. Los árboles, altos y antiguos, susurraban historias al viento, mientras las sombras danzaban entre las ramas.

—Aquí no hay nada, vámonos —dijo Paulino.

—No tengas miedo, estoy contigo —dijo Andrea.

—Es que nunca he estado aquí, ni tú tampoco. ¿No tienes miedo? —preguntó el niño.

—Un poco, pero contigo me siento más segura —dijo la niña.

Después de aquello no tardaron en ver a lo lejos los primeros cristales, brillando suavemente sobre el musgo.

— Son más hermosos de lo que imaginé — susurró Andrea, extasiada.

Mientras avanzaban les salió al encuentro el Anciano del Bosque, un ser misterioso cuya mirada parecía contener la sabiduría de los siglos.

— Los cristales os mostrarán más que simples deseos — dijo con voz profunda.

Andrea y Paulino no tardaron en darse cuenta de que cada cristal no solo representaba un deseo, sino también un desafío personal.

Andrea tuvo que enfrentarse a la tristeza por la pérdida de su abuela, aprendiendo que el verdadero valor de su amor residía en su corazón y no en un objeto.

El bosque de los cristales mágicosPaulino vio su miedo reflejado en el cristal en su viaje hasta allí, y descubrió que la valentía no significa no tener miedo, sino enfrentarlo.

En su regreso, con los cristales en mano, el Bosque parecía menos temible y más un amigo que les había enseñado valiosas lecciones. Al llegar al pueblo, con el primer rayo de sol, los cristales se disolvieron en sus manos, dejando un suave brillo en su piel y un sentimiento de paz y entendimiento en sus corazones.

— No necesitamos cristales para hacer realidad nuestros deseos — dijo Andrea, sonriendo a Paulino.

— Ni para enfrentar nuestros miedos — agregó Paulino, con una nueva confianza en su voz.
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