En un gran balcón de la ciudad se encontraban cuatro macetas y en cada una de ellas vivía una vivaracha flor. Entre ellas hablaban todos los días y discutían de todo aquello que veían asomadas a la calle. Un día de primavera hizo tanto calor que uno de los geranios empezó a secarse y la dueña del balcón no pudo dejarla por más tiempo en la terraza y se la llevó para dentro de la casa.
El resto de las flores disgustadas esperaban que su dueña les pusiera una compañera simpática y al día siguiente todas miraron sorprendidas hacia aquella nueva planta que tenían cerca: un cactus.
El cactus notó que no había sido bien recibido. Todas las demás plantas tenían flores de bonitos colores y él era un cactus sin ninguna graciosa flor. Su dueña además empezó a salir al balcón todas las mañanas para regarlas a todas con una bonita jarra roja pero a él nunca le echaba nada de agua. Un día decidió preguntar a sus compañeras:
- Geranio, azalea, violeta ¿Por qué nuestra dueña nunca me riega? Siento que no quiere que esté aquí con vosotras. A lo mejor si me regará me saldrían flores...
- Cada una tiene sus diferencias. No te preocupes y habla más con nosotras, así nos conocemos.
Pero llegó un día en el que el cactus no pudo más y empezó a gritar:
- ¡Quiero Agua! ¡Quiero que me rieguen!
El caso es que ese mismo día empezaron a caer gotas de lluvia en la terraza y a caer, y a caer…
A la hora la terraza estaba inundada y todas las flores cantaban bajo la lluvia.
- ¡Viva! ¡Viva! ¡Más gotitas! ¡Más!
El coro se oía por toda la calle pero echaron en falta el sonido de las quejas del cactus. El geranio intentó preguntarle entre el ruido de la tormenta.
- ¿Qué te pasa que estás tan callado, cactus? Deberías estar muy contento. La dueña no te habrá regado pero el cielo te ha oído.
- No sé... no me encuentro bien. Creo que me ha caído demasiada agua… Mis pinchos han empezado a caerse y mi color se ha quitado.
Tras unos días enfermo dentro de la casa, el cactus empezó a recuperarse. Fue entonces cuando entendió que si su dueña no lo había regado era porque ella sabía que los cactus necesitaban menos agua que otro tipo de plantas y no debía haberse puesto a gritar pidiendo agua como un loco.
A su vuelta a la terraza habló con el resto de macetas.
- Quiero pediros disculpas y deciros que he aprendido la lección: quienes nos cuidan y quieren, quieren siempre lo mejor para nosotros y por eso debemos respetarles y hacerles caso siempre.
Las macetas estallaron en un aplauso al oír las sabias palabras del pequeño cactus.