En Villaquemira había un ladrón que se dedicaba a robar cortinas. Daba igual que fueran cortinas de dormitorio, de salón de cocina o de baño. ¡Incluso las cortinas de la ducha le venían bien al ladrón!
Y lo mismo daba comprar cortinas nuevas, porque el ladrón enseguida volvía a robarlas.
La policía de Villaquemira estaba haciendo todo lo posible por coger al ladrón, pero este era tan astuto que no había modo de cogerle. Además, tenían tanta gente poniendo denuncias que eran pocos los agentes que quedaban disponibles para recorrer las calles para intentar capturar al ladrón o, al menos, encontrar alguna pista.
Con el tiempo los vecinos de Villaquemira dejó de reponer las cortinas, así que el ladrón no pudo actuar más.
Después de un tiempo llegó a Villaquemira un vendedor ambulante vendiendo cortinas. Pero los vecinos ya se habían acostumbrado da no tener cortinas, y la mayoría de ellos no le hizo caso. Solo unos cuanto vecinos decidieron probar y comprar las cortinas.
Cuando los demás vecinos vieron que el ladrón de cortinas no actuaba, decidieron comprar ellos también cortinas. Para celebrarlo, los vecinos organizaban meriendas en casa e invitaban a sus amistades para que pudieran contemplar sus nuevas cortinas.
—Uy, qué curioso, yo tenía unas iguales en mi salón —dijo la señora Pérez a su vecina, la señora Martínez.
—Me encantan las cortinas del dormitorio de tus hijos. Los míos tenían unas iguales —dijo el señor Sánchez a su vecino, el señor Fernández.
Frases como esas se repetían día tras día. Hasta que a alguien se le ocurrió pensar que aquello era mucha causalidad y fue a ver la policía.
El inspector Garrido escuchó con atención y decidió investigar. Fue casa por casa, preguntando si habían visto alguna cortina que les habría resultado familiar en alguna casa. En pocos días, el inspector Garrido había recopilado cientos de historias.
—Aquí paso algo —dijo el inspector Garrido al capitán de la policía—. Creo que el ladrón está revendiendo las cortinas robadas.
Pero como no podía probarlo, el inspector Garrido se limitó a observar. No estaba seguro de que el vendedor fuera el ladrón. Pero se le ocurrió un plan para comprobarlo.
Esa misma noche, el inspector Garrido robó todas las cortinas que le quedaban al vendedor ambulante. Este, al ver que su mercancía había desaparecido, se enfadó mucho, pero no fue a denunciar el robo. Lo que hizo fue prepararse y esperar a que se ocultara el sol.
Y, en cuanto anocheció y todo el mundo estaba dormido, el vendedor de cortinas se puso manos a la obra. Pero el inspector Garrido estaba al acecho. Grabó en vídeo todos sus robos y, al amanecer, lo detuvo.
El ladrón de cortinas tuvo que devolver las cortinas y el dinero y fue a la cárcel. Mientras, los vecinos de Villaquemira intentan recuperar sus antiguas cortinas y, mientras buscan sus cortinas, intentan localizar a los dueños de las que ellos mismos tienen colgadas.