Había una vez una princesa a la que no querían en su reino. La princesa estaba muy ofendida, pues creía que no la querían porque era fea.
-¡Pues más fezaes prima y a ella bien que la queréis! -gritaba la princesa cuando la abucheaban o cuando se daban la vuelta al verla pasar.
Pero en realidad lo que no sabía la princesa es que si no la querían era porque se portaba muy mal con la gente y era muy desagradable con los demás.
La princesa era la única heredera del reino, pues su padre no tenía más hijos. La siguiente en la línea sucesoria era su prima. La princesa, temerosa de que su prima le arrebatara el trono, decidió buscar un remedio para quitársela de en medio.
La princesa fue a buscar a una bruja que vivía en lo más profundo de la cueva más apartada del reino. El rey, años atrás, la había amenazado con entregársela a los dragones si volvía a verla.
Cuando la bruja vio a la princesa se asustó, pero la princesa se apresuró a calmarla:
-No temas, vieja bruja. Vengo a hacer un trato contigo. Ayúdame y, en cuanto sea reina, podrás campar a tus anchas por donde quieras.
-Dime, ¿qué quieres? -preguntó la bruja.
-Temo que mi prima me arrebate el trono -dijo la princesa-. Quiero que desaparezca.
-No puedo hacerla desaparecer, niña -dijo la bruja-, pero puedo enviarla muy lejos, donde nadie consiga rescatarla. Pero puedo hacer aún más. ¿Quieres ser reina ya?
-¡Por supuesto! -exclamó la princesa-. Pero no quiero que le hagas daño a mis padres.
-Nadie sufrirá -dijo la bruja-. No vayas a dormir hoy al castillo. Esta noche lo convertiré en un castillo flotante que irá de acá para allá, sin rumbo y sin destino. Mañana todo empezará para ti.
La princesa pasó la noche en una aldea cercana, haciéndose pasar por una niña perdida. Cuando amaneció y volvió a casa descubrió que el castillo no estaba.
-¿Qué ha pasado aquí? -preguntó la princesa.
-El castillo ha desaparecido -dijo un aldeano-. Y con el castillo han desaparecido todos los que en él habitaban.
-¿Solo quedo yo como representante de la familia real? -preguntó la princesa. Todos los que la escucharon asintieron.
-Entonces soy la representante del rey hasta que lo encontréis -dijo la princesa-. ¡Rápido, empezad a constuirme un castillo! ¡No puedo vivir en la calle!
-¿No vamos a buscar el castillo y a los reyes? -preguntó alguien.
-El próximo que ose contradecirme será desterrado -dijo la princesa, tajante.
Toda la gente del reino se puso al servicio de la princesa, pero en secreto un grupo de jóvenes soldados que habían pasado la noche fuera del castillo se organizaron para buscar el castillo y a sus ocupantes.
Tras meses de intensa búsqueda, los soldados localizaron el castillo. Con la ayuda de un dragón arrepentido volaron hasta el castillo y sacaron a todos los ocupantes de él.
-Esto solo puede ser obra de la bruja de la montaña -dijo el rey-. Gracias, soldados. Gracias, dragón. Necesito un último favor de vosotros.
El rey se dirigió sigiloso al lugar donde la princesa había hecho construir el castillo, donde vivía con la bruja, que era su fiel servidora. El dragón y los soldados le seguían de cerca y se mantuvieron ocultos hasta la señal del rey.
Por sorpresa, el rey irrumpió en la sala donde su hija y su malvada servidora comían y lanzó una red mágica sobre la bruja.
-Es el fin para ti, bruja -dijo el rey-. Y tú, hija ingrata, pasarás el resto de tus días encerrada en tu cuarto. ¡Quedas desheredada!
Y así fue como la princesa consiguió por méritos propios perder su derecho al trono. Con los años, su prima fue coronada reina, una reina a la que todos querían, pues era buena y justa.