El columpio revoltoso
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El columpio revoltoso

Edades:
A partir de 4 años
El columpio revoltoso Era una tarde soleada en el parque. Los pájaros cantaban, los niños reían y la abuela Margarita, sentada en su banco de siempre, mordisqueaba su bastón de caramelo mientras miraba todo con ojos de experta.

—¡Vamos al columpio! —gritó Sofi, corriendo a toda velocidad.

Nico y Tomás la siguieron, pero cuando llegaron… ¡oh, no! Había otros niños en los columpios.

—¿Y ahora qué? —preguntó Tomás, cruzándose de brazos.

—Esperamos el turno —respondió Sofi.

Nico suspiró. Esperar turnos no era su actividad favorita. Pero justo cuando estaba a punto de sugerir un plan más rápido, el niño en el columpio saltó y cayó de pie.

—¡Libre! —gritó Nico, lanzándose sobre el columpio como un gato persiguiendo una pelota.

Sofi y Tomás lo miraron con las cejas en alto.

—No es así como funcionan los turnos… —dijo Tomás.

Pero Nico ya se balanceaba con todas sus fuerzas.

—¡Más alto, más alto! —gritó.

Sofi y Tomás comenzaron a empujarlo. Al principio todo iba bien, hasta que…

—¡Uuups! —exclamó Sofi.

Empujaron demasiado fuerte.

—¡Aaaaaaaaah! —chilló Nico mientras el columpio parecía cobrar vida propia. Se inclinó a un lado, luego al otro, giró y sacudió a Nico como si fuera una marioneta.

La abuela Margarita dejó de masticar su bastón de caramelo.

—Este columpio tiene más vueltas que mi lavadora —dijo, riéndose.

Nico intentó agarrarse, pero el columpio tenía otros planes. Con un último impulso… ¡PUM!

—¡Aaaaaaay! —salió volando y aterrizó de cabeza en el arenero.

Tomás y Sofi corrieron hacia él.

—¿Estás bien? —preguntó Sofi.

Nico escupió arena.

—Creo que ahora soy mitad niño, mitad croqueta…

Los tres se quedaron en silencio. Y luego…

—¡Jajajajajaja! —estallaron en carcajadas.

Después de ayudar a Nico a sacudirse la arena (y encontrar su zapato, que salió volando hasta el tobogán), decidieron intentarlo de nuevo.

Esta vez, Sofi subió y Tomás la empujó con cuidado… pero justo cuando parecía que todo estaba bajo control, un empujón demasiado entusiasta hizo que Sofi perdiera el equilibrio.

—¡Voy a despegaaaaaaaaar! —gritó.

Y, efectivamente, despegó. Salió volando en una curva perfecta… ¡y cayó justo en el carrito de los helados!
PLAF.

EEl columpio revoltosol heladero se quedó mirándola con los ojos como platos. Sofi tenía una bola de fresa en la nariz, una de chocolate en la cabeza y una de vainilla en la oreja.

—Mmm… —dijo relamiéndose—. ¡Sabroso!

El heladero suspiró.

—¿Vainilla, fresa y chocolate? —preguntó.

—Sí —respondió Sofi.

—Son tres euros.

La abuela Margarita se rio tanto que casi se le cae el bastón de caramelo.

Después de muchas risas, los niños decidieron que, quizá, era mejor turnarse y no empujar tan fuerte. Aprendieron que esperar no era tan aburrido si se hacía entre amigos… y que aterrizar en un carrito de helados podía tener sus ventajas.

Desde ese día, cuando veían el columpio, todos lo saludaban con respeto.

—Hola, columpio revoltoso.

Y el columpio, silencioso, se mecía con el viento… esperando su próxima “víctima”.
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