Existió un Reino ubicado en un lugar muy lejano, perdido entre altas montañas, rodeado de nubes blancas y esponjosas, donde hacía tiempo que los niños habían dejado de escribir correctamente las palabras. Para ellos era una molestia tener que poner "h", no perdían el tiempo en colocar las tildes o en escribir mayúsculas tras los puntos y poco a poco, habían olvidado por completo como se escribían correctamente.
Las faltas de ortografía eran cada vez más graves. Pero no parecía que le importara mucho a nadie. El Gran sabio del reino veía que éste era un problema sin solución. Una mañana, cansado de ver cómo día a día iba perdiendo pelos de su cabeza de tanto pensar en ello, se presentó en la casa del Viejo hechicero del reino.
- Buenos días Viejo hechicero – le dijo muy cabizbajo.
- Buenos días Gran sabio. ¿Qué te trae por aquí? - le respondió animoso.
- Vengo a pedirte ayuda. Los niños del Reino escriben cada vez peor. Sus faltas de ortografía hacen daño a la vista. Mírame, tengo que usar gafas de sol para proteger mis ojos ante tanta incorrección al escribir.
- ¿Qué te parece si les castigo? Me llevaré muy lejos cada palabra que esté mal escrita de ahora en adelante.
Diciendo esto el Viejo Hechicero añadió en una olla a presión, con el fin de lograr un efecto inmediato, trocitos de papel y tinta. Y con la ayuda del viento fue recogiendo todas y cada una de las palabras mal escritas y las dejó reposando y medio adormiladas en la nube más alta que encontró sobre el cielo.
Y desde ese día, en el Reino ubicado en un lugar muy lejano los niños se fueron quedando sin palabras. Pronto a todos los objetos les tuvieron que llamar "cosa" y no tardaron en tener que señalar con el dedo para hacerse entender mejor.
Algún tiempo después, en una tarde en que un niño se encontraba tremendamente aburrido, cansado de usar el mando para cambiar cada minuto los programas de la tele, sin ánimo para acercarse unos pasitos hasta su cuarto y coger su móvil para jugar un rato con sus amigos como hacía en otras ocasiones, vio una cosa fina bajo una de las cuatro cosas que sujetaban la cosa donde desayunaban, comían y cenaban. Y picado por la curiosidad se acercó y lo cogió. Era un libro. Y sus padres lo habían usado todo ese tiempo para calzar la mesa.
Nada más empezar a ojearlo, sus ojos se vieron sorprendidos por palabras nuevas que el niño no tardó en usar en sus deberes del colegio, sus mensajes de whatsapp y sus correos electrónicos. Le gustaba ver la “h” delante de cada palabra y quedaba más bonita la mayúscula tras el punto. No sonaba igual una palabra acentuada que otra sin acento. Pronto sus amigos empezaron a copiarlo porque era "guay" y en menos de lo que se imaginaron el Gran sabio y el Viejo hechicero, todas las palabras olvidadas volvieron al Reino ubicado en un lugar muy lejano.