El descubrimiento de Adaleria
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El descubrimiento de Adaleria

Edades:
A partir de 6 años
El descubrimiento de Adaleria Había una vez, en una tierra llena de magia y maravilla, un reino oculto en lo profundo de un bosque encantado. En aquel lugar brillante y colorido, las hadas y los elfos convivían en perfecta armonía. La reina de las hadas llevaba años trabajando por la paz, así que todos la adoraban.

Un día, la reina de las hadas le dijo a su hija, la princesa Adaleria:

—Cielo, ya tienes edad para participar en las actividades de la corte. ¿Qué te parece la idea?

—Prefiero seguir en palacio, no me gusta el bullicio, madre —contestó la princesa Adaleria.

La reina no dejaba de pedirle a su hija que fuera con ella, que participara en las actividades que organiza. Pero Adaleria no quería salir.

Lo que no sabía la reina es que su hija tenía un problema. A diferencia de lo que muchos esperarían de una princesa, Adaleria no era precisamente una belleza deslumbrante. Tenía una apariencia peculiar que, según ella misma, la hacía fea.

Por eso, la princesa Adaleria prefería permanecer oculta, temerosa de que su apariencia decepcionara a su pueblo. Por eso evitaba las festividades, se escondía durante las reuniones y rara vez se aventuraba fuera de su palacio. Ella estaba convencida de que su apariencia le impediría ser amada y aceptada.

Un día, la reina, cansada de que su hija no participara, le dijo:

—¿Se puede saber qué pasa contigo? ¿A qué viene eso de no querer salir? La gente murmura, cotillea e inventa historias ¿sabes? La paz de este reino empieza a tambalearse a cuenta de las habladurías.

A Adaleria no le gustó nada el tono que usó su madre, y le dijo:

—¿Me has visto bien? ¿Qué crees que pasará cuando la gente vea que no soy la hermosa princesa Adaleria de la que hablan las canciones? ¿Qué ocurrirá cuando descubran que soy el hada más fea que jamás ha habitado estos bosques? ¿En serio crees que si me ven mejorará algo? ¡Al contrario, mamá! Entonces será a un peor.

La reina no salía de su asombro. Se había quedado boquiabierta y, por unos segundos, se olvidó de respirar.

Cuando recuperó el aliento, le dijo:

—¿Se puede saber de qué estás hablando? ¿De dónde has sacado tú que eres fea?

La princesa Adaleria miró fijamente a su madre y le dijo:

—Pero ¿tú me has mirado bien? ¿Has visto mi pelo, mis ojos, mis orejas? No tienen nada que ver con los de las demás hadas. ¿Has visto cuerpo redondo? Las demás hadas tienen el cuerpo esbelto y finito. ¿Y te has fijado en esos agujeros que me salen en la cara cuando sonrío? ¡Qué vergüenza!

—Hija, no sé de donde has sacado tú esas ideas, pero que seas diferente no te convierte en fea. Al contrario, tienes una belleza especial.

—Ya, ahora cuéntame lo de la belleza interior —dijo Adelaria, con desdén.

—No, no te voy a hablar de belleza interior, sino de aceptarte a ti misma —dijo la reina—. ¿Cómo quieres que los demás de te acepten, si no te aceptas tú misma? ¿En serio crees que a la gente le importa que tengas el pelo y los ojos de otro color, que tengas las orejas de otra manera, que tu cuerpo no sea como el de la demás? ¿De verdad crees que a la gente le impotan tanto esas cosas como para juzgarte por ello sin conoceerte?

—¿Ah, no? —preguntó Adaleria.

—¡No! —dijo la reina—. Y, por cierto, esos hoyitos que te salen cuando sonríes son lo más bonito, más tierno y más coqueto que he visto en mi vida. Cuando los veo, se me deshace el alma de la ternura que me provocas.

—¡Ay, mami, qué cosas dices! —dijo Adaleria, mientras le subían los colores a las mejillas.

—Venga, déjate de tonterías, que tengo que presidir una fiesta en un ratito —dijo la reina—. Y tú te vienes conmigo. Si alguien se ríe de ti, te hace sentir mal o te dice algo fuera de lugar por tu aspecto, le haremos un consejo de guerra.

El descubrimiento de Adaleria—Ay, mamá, que no es para tanto —dijo Valeria, entre risas.

—Ves, si tú misma lo reconoces —dijo la reina—. Vamos, que llegamos tarde. Y recuerda, sé tú misma.

—Está bien, iré, pero no me dejes sola —dijo la princesa.

Cuando por fin la reina presentó a su hija en sociedad, todos quedaron encantadas. Valeria enseguida se olvidó de su aspecto y se integró en la fiesta como si fuera algo que hiciera todos los días. Habló con la gente, bailó, jugó y disfrutó como la niña que era.

Al finalizar la fiesta, muchos se acercaron a la reina y le dijeron:

—Qué niña tan simpática.

—Qué muchacha tan dulce.

—Qué sonrisa tan maravillosa.

—Qué conversación tan agradable tiene.

—Qué educación tan exquisita.

—Qué personalidad tan interesante.

Mientras la reina acostaba a la princesa, le dijo:

—Ves, no ha sido para tanto.

—Ya no me siento tan fea —dijo Adaleria.

—Es que eres lo más bonito del mundo —dijo la reina—. Descansa.

A partir de entonces, Adaleria empezó a salir más y a relacionarse. Con el tiempo dejó de preocuparse tanto por ser diferente porque precisamente eso la hacía mucho más interesante.
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