Eva solía jugar a detectives con sus primos durante las vacaciones de verano en la playa. Les gustaba adivinar lo que hacían sus vecinos: "La señora Lorena está preparando lentejas para comer porque huele a lentejas" o "Don Luis ha vuelto a ir a por setas al campo porque hay barro de sus botas en el felpudo del portal".
Pequeñas investigaciones que le divertían muchísimo y que hacían que las tardes se pasasen volando.
Pero hubo un verano en el que Eva pudo juntar sus dos grandes pasiones: las conchas de mar y la investigación, demostrando así su gran olfato para resolver misterios.
Por las tardes solía recorrer junto a su abuelo la playa buscando conchas para luego identificarlas y guardarlas en una caja como pequeños tesoros. Un día, durante su recorrido habitual, Eva encontró algo que no parecía para nada una concha ni de almeja, ni de mejillón, ni de nada similar. Era la tapa de un pequeño reloj de bolsillo con una inscripción en la que se podía leer:
Con cariño para siempre, SaraEva al principio no lo entendió mucho, pero su abuelo trató de explicárselo. Seguramente era parte de un reloj fruto de algún tipo de herencia familiar. Eva pensó que quien lo hubiese perdido tenía que estar muy triste. Así que no se lo pensó dos veces y puso su olfato detectivesco a funcionar.
Lo primero que hizo fue preguntar por la playa si conocían a alguien llamado Sara, el nombre que figuraba en la tapa del reloj. Como no obtuvo resultados, se fue hasta los hoteles de la zona para preguntar si había algún cliente alojado que se llamase Sara. En el primero sí tenían alojado a un matrimonio y el nombre de la mujer era Sara, pero resultaron no ser los dueños de la tapa del reloj. En el segundo no hubo suerte y en el tercero ni siquiera le hicieron caso porque estaban muy ocupados.
Eva se sentó muy triste en un banco del paseo marítimo junto a su abuelo. Sosteniendo en la mano la tapa del reloj, pensó en lo que podrían hacer. Se le ocurrió que en la oficina de turismo podían saber algo. Todas las personas que pasaban por allí se hacían una foto junto a una estatua muy famosa que había en la entrada y después las fotos las colgaban en el corcho de la recepción. Así que Eva fue hasta allí y se puso a mirar con detalle todas las caras que había allí colgadas.
Le empezaban a doler los ojos de mirar tantas fotografías cuando por fin descubrió lo que estaba buscando. En un grupo de más personas, Eva vio a una mujer con cara triste que sostenía un reloj de bolsillo antiguo. Eva preguntó si sabían dónde habían ido ese grupo de turistas y el chico de la oficina de turismo recordó que habían dicho que iban a comer en un bar cercano. Así que Sara fue hasta allí tan rápido como pudo y en la mesa junto a la ventana vio a la mujer de la foto.
Cuando le explicó cómo había encontrado la tapa del reloj, la mujer se mostró muy agradecida e insistió en invitar a Eva y a su abuelo a un helado. El reloj resultaba ser una herencia de su abuela que se llamaba Sara y a la que aquella mujer había adorado durante toda su vida.