Había una vez, en una pequeña ciudad, un museo de antigüedades que guardaba tesoros de tiempos pasados. Toda la ciudad considera aquel museo su bien más preciado, gracias a la gran cantidad de objetos y piezas que albergaba.
Pero un día, las antigüedades comenzaron a desaparecer sin dejar rastro.
Sobre las misteriosas desapariciones estaban hablando Sofía, Salvador, Sonia y Saúl en el parque cuando escucharon a alguien decir:
—¡Qué será de la ciudad si pierde su mayor tesoro!
El equipo SOSA-2 no necesitan más incentivos iniciar su investigación.
—SOSA-2 se pone en marcha —gritó Sofía.
—Tenemos que buscarnos otro nombre, este es horrible —dijo Salvador.
—¿Qué dices? —dijo Sonia—. Es un acrónimo estupendo. La primera sílaba de nuestros nombres.
—Definitivamente, SOSASOSA era todavía peor —dijo Saúl.
—Bueno, ¿nos ponemos a resolver el misterio o qué? —dijo Sofía—. A este paso, desaparece todo y no hemos hecho nada.
El equipo SOSA-2 se acercó al museo. Aquel lugar era fascinante, lleno de objetos antiguos y de historias.
—Deberíamos venir esta noche, cuando no haya nadie, y colarnos dentro —dijo Salvador.
Eso fue lo que hicieron. Aprovechando que el guarda estaba medio dormido, los cuatro amigos entraron en el museo con mucho sigilo, con sus mochilas llenas de linternas, libretas, cámaras y una infinidad de cachivaches que en su mayoría no servían para nada, pero que les hacía sentir mejores detectives.
Una vez dentro, empezaron a buscar pistas.
—Este sitio es increíble —dijo Sonia—. Está lleno de puertas secretas y huecos ocultos.
Después de seguir todos los indicios que encontraron llegaron a la biblioteca del museo. En el centro de la sala, justo donde debía estar la obra más valiosa que se guardaba en el edificio, una figura hecha de oro, plata y piedras preciosas, había una nota que decía: El verdadero tesoro no es el oro, sino la sabiduría".
Los amigos se quedaron perplejos.
—¿Qué significa esto? —dijo Saúl.
—Alguien quiere darnos una lección —dejo Sonia.
—Esta ciudad está obsesionada con los tesoros que hay en este museo y con su valor económico —dijo Salvador.
—Se calcula que las piezas de este museo tienen un valor de más de trescientos billones de dólares —dijo Sofía.
—Sí, pero eso solo es dinero —dijo Saúl—. Si estas piezas desaparecen, se pierde mucho más que dinero.
—¡Claro! —exclamó Sonia—. Se pierde la historia, la cultura, la sabiduría que transmiten, el conocimiento que hay detrás.
El equipo SOSA-2 decidió compartir su descubrimiento con el director del museo. Este, impresionado por su ingenio y valentía, les dio las gracias y prometió hacer cambios en el museo para destacar la importancia de la historia y la sabiduría.
L
os amigos salieron del museo sintiéndose orgullosos y satisfechos. Habían resuelto el misterio y aprendido una valiosa lección. Aunque no habían encontrado un tesoro de oro, habían descubierto un tesoro aún más valioso: el conocimiento.
Desde aquel día, Sofía, Salvador, Sonia y Saúl se convirtieron en los héroes de la ciudad. Y aunque siguieron resolviendo misterios, nunca olvidaron la lección que aprendieron en el museo: el verdadero tesoro es el conocimiento.
A partir de entonces, los objetos desaparecidos volvieron a aparecer justo donde estaban, sin que nadie supiera nunca quién se los llevó ni quién los devolvió.
—¿Nos cambiamos ya el nombre? —preguntó Salvador—. Se ve fatal en la prensa.
—Pues a mí me parece que se ve genial —dijo Sofía.
—Demasiado tarde —dijo Sonia—. Todo el mundo sabe ya quiénes somos.
—Pues nada, SOSA-2 hasta el final —dijo Saúl. A lo que los demás contestaron a coro:
—¡SOSA-2 hasta el final!