Marcelo y Gabriel eran dos hermanos gemelos, hijos del empresario más rico de todo el mundo. Los dos estaban siempre juntos y formaban un gran equipo. Juntos conseguían todo lo que se proponían.
Cuando los dos hermanos acabaron sus estudios le pidieron al padre que les dejara dirigir alguna de sus empresas. El padre accedió, y les dijo que quien hiciera prosperar más su empresa en tres años se quedaría a cargo de todas las demás.
Marcelo y Gabriel emprendieron viaje, pero cuando llegaron a su destino se encontraron con que su padre no les había dado una gran fábrica como ellos le habían pedido. En su lugar había mandado a cada uno a una pequeña tienda de barrio en la que ni siquiera había empleados y que, para colmo, estaban la una al lado de la otra.
Marcelo y Gabriel estaban muy enfadados. A los dos se les pasó por la cabeza volver a casa, pero finalmente cada uno se metió en su tienda y empezó a organizar su nuevo negocio.
Emplearon todo el dinero que tenían en poner la tienda bonita y llenarla de mercancía. No había más tiendas en el barrio, así que no tardaron en empezar a tener clientes.
Pero esto no era suficiente para los hermanos. Su padre le dejaría todo al que hiciera prosperar más su negocio. Pero mientras los dos tuvieran éxito por igual ninguno sería mejor que el otro. Poco a poco la envidia y la ambición se fueron apoderando de ellos. Empezaron a perder de vista el objetivo de prosperar de forma honesta para centrarse en destruir al otro.
Al cabo de un año alguien abrió otra tienda justo enfrente. Era una tienda más grande, más bonita y con muchas más cosas. Pronto la gente empezó a ir a la nueva tienda a comprar.
A punto de arruinarse, Marcelo y Gabriel se encontraron un día por la calle. Llevaban dos años allí, y estaban a punto de dejarlo todo.
- Estoy pensando en volver a casa -dijo Marcelo, dirigiéndose a su hermano.
- Ya. Llevo semanas pensando lo mismo -dijo Gabriel. Pero si volvemos así nuestro padre no nos dejará dirigir sus empresas.
- Pero, ¿y qué podemos hacer? La nueva tienda es mejor -dijo Marcelo.
Alguien que pasaba por allí y que escuchó la conversación se paró y les dijo:
- El de enfrente tiene más clientes porque es más simpático y amable que vosotros, que estáis todo el día enfadados y criticándoos el uno al otro. En definitiva, se preocupa por atender bien a los demás y no de hundir a nadie.
Dicho esto, el extraño se marchó.
Marcelo y Gabriel se miraron.
-
¿Qué hemos hecho? -dijo Gabriel.
- La avaricia nos ha perdido -respondió Marcelo-, pero tengo una idea.
Marcelo y Gabriel se fueron a cenar juntos y trazaron un plan. Decidieron crear un nuevo tipo de tienda en el que trabajar juntos.
Cuando finalizó el plazo de tres años fijado por el padre, éste fue a ver qué habían hecho sus hijos. El padre contempló, admirado, los grandes progresos que habían hecho y cómo habían salido adelante los dos juntos.
- Estoy orgulloso de vosotros -les dijo-. Pero, ¿a quién le voy a dejar ahora la dirección de mis negocios?
Los dos hermanos ya se habían olvidado de aquello y, sin pensarlo, contestaron a la vez:
- ¡Somos un equipo!
- Habéis superado la prueba, hijos míos -dijo el padre-. Nunca quise elegir entre vosotros, pero teníais que daros cuenta por vosotros mismos de que juntos podéis hacer grandes cosas.