Era una mañana soleada cuando Lucas, emocionado, abrió el regalo más misterioso que había recibido en su vida. Era un espejo antiguo, con un marco dorado y grabados en forma de estrellas que brillaban suavemente. Pero este no era un espejo común, como pronto descubriría.
—¿Un espejo? —preguntó Lucas, algo decepcionado, mientras lo sostenía en sus manos. Sin embargo, cuando lo colocó en la pared de su habitación, algo extraño ocurrió.
—Hola, Lucas —dijo una voz profunda, casi burlona, que venía... ¡del espejo! Lucas se quedó paralizado.
—¿Q-quién eres? —preguntó el niño, asombrado.
—Soy tu nuevo amigo, el Espejo Sincero —respondió el objeto mágico—. Estoy aquí para ayudarte a ver la verdad, aunque no siempre te guste.
Lucas arqueó una ceja. ¿Qué clase de broma era esta? Sin embargo, decidió seguir con el juego.
—¿Y qué vas a decirme, espejo?
—Te diré todo lo que haces, bueno o malo. Y si mientes, ¡yo lo sabré!
Al principio, Lucas pensó que aquello era divertido. Pero poco a poco, la magia del espejo empezó a mostrar su verdadero poder. Cada vez que Lucas cometía un error o decía una pequeña mentira, el espejo se lo decía de inmediato.
Una tarde, después de haber jugado en el parque con su amiga Sofía, Lucas volvió a casa. Había sido un día normal, excepto por un pequeño detalle: Lucas había roto el muñeco favorito de Sofía mientras jugaban, y no se lo había dicho.
—¡Fue sin querer! —murmuró Lucas, como si eso justificara su silencio. Pero, en cuanto entró en su habitación, el espejo lo recibió con su habitual tono firme:
—Lucas, hoy has roto el juguete de Sofía y no le dijiste nada. Sabes que ella confía en ti. ¿Por qué no le dijiste la verdad?
Lucas cruzó los brazos y frunció el ceño.
—¡No fue tan importante! Seguro que ni lo ha notado —se defendió.
El espejo se quedó en silencio unos segundos, como si estuviera pensando. Luego, su tono cambió a uno más serio:
—Lucas, las mentiras, por pequeñas que sean, crecen. Y pueden alejarte de las personas que te importan.
Los días pasaron, y Lucas seguía ignorando las advertencias del espejo. Sin embargo, cada vez que intentaba mirar su reflejo, el espejo le devolvía una versión de sí mismo que no le gustaba. Sus ojos parecían menos brillantes, y su sonrisa ya no era la misma. Se sentía incómodo, pero no estaba listo para admitir que el espejo tenía razón.
Hasta que un día ocurrió lo inevitable. Sofía lo encontró en el parque y, con una mirada triste, le dijo:
—Lucas, he encontrado mi muñeco roto. ¿Sabes qué le ha pasado?
Lucas sintió un nudo en el estómago. Quería decir la verdad, pero el miedo a perder a su amiga lo frenaba. Entonces, las palabras salieron antes de que pudiera detenerse:
—Yo… yo no sé nada. No lo vi.
El espejo, que estaba en casa, debió haber sentido la mentira desde lejos, porque esa noche, cuando Lucas se acercó a él, algo diferente sucedió. El cristal, normalmente brillante, se oscureció. Ya no reflejaba su imagen, y lo más extraño fue que el espejo dejó de hablar.
—¿Espejo? —llamó Lucas, preocupado.
No hubo respuesta. El espejo, su amigo y consejero, se había callado.
D
esesperado, Lucas intentó de todo para que el espejo volviera a hablar. Le pidió disculpas, lo limpió, incluso le cantó, pero nada funcionaba. Fue entonces cuando entendió lo que debía hacer. Corrió hacia el parque al día siguiente, donde Sofía jugaba sola.
—Sofía, tengo que decirte algo —dijo Lucas, con el corazón latiendo rápido—. Fui yo quien rompió tu muñeco. No te lo dije porque tenía miedo de que te enfadaras conmigo.
Sofía lo miró sorprendida, pero en lugar de enojarse, sonrió.
—Lucas, me duele que no me lo hayas contado antes, pero estoy contenta de que lo hayas hecho ahora. Los amigos se perdonan.
Lucas suspiró aliviado. Volvió a casa sintiéndose mejor que nunca, y al entrar en su habitación, lo primero que vio fue el brillo suave del espejo, que había recuperado su luz. Y entonces, el espejo habló de nuevo, con su tono sabio pero alegre:
—Bien hecho, Lucas. La verdad siempre encuentra su camino.
Desde aquel día, Lucas no volvió a ocultar nada, ni siquiera las pequeñas cosas. Sabía que el espejo siempre estaría allí para recordarle lo importante que era ser honesto, no solo con los demás, sino también consigo mismo.