Villafelpudo era famoso por sus fantásticos felpudos. Gentes de todos los lugares acudían a Villafelpudo a comprar uno. No solo eran bonitos y decorativos, sino que dejaban las suelas de los zapatos tan limpias que parecían recién comprados.
Como no podía ser de otra manera, en Villafelpudo todo el mundo tenía un maravilloso felpudo en la puerta de su casa. Los había de todos los tamaños, colores y motivos decorativos.
Pero un día los felpudos de las puertas de las casas de Villafelpudo empezaron a desaparecer. En su lugar, solo había un montón de tierra. La gente estaba horrorizada. Algunos de aquellos felpudos desaparecidos valían tanto como un coche, de lujosos que eran.
La gente entró en pánico. Muchos pegaron los felpudos al suelo con pegamento. Otros encadenaron los felpudos a las puertas. Hubo incluso quien los clavó al suelo con enormes clavos.
Pero daba igual: los felpudos de las puertas siguieron desapareciendo.
-Habrá que montar guardia -dijo el alcalde.
Pero no había suficientes policías para custodiar todos los felpudos de la villa, así que no quedó otra que montar una patrulla ciudadana que hacía guardia en la calle.
Esto función durante unos días, al menos hasta que el ladrón empezó a entrar por las claraboyas de los edificios o aprovechando que alguien había dejado abierto algún balcón.
-Deberíamos poner cámaras en todas las puertas -dijo el jefe de policía.
Pero ni la policía ni el ayuntamiento podían costear algo así, por lo que cada ciudadano tuvo que instalar su propia cámara por su cuenta.
Sin embargo, esto no sirvió de nada porque, de repente, se levantaba una cortina de polvo y, cuando bajaba, el felpudo ya había desaparecido.
-No queda más remedio: que cada vecino vigile su felpudo toda la noche -dijo el delegado del gobierno.
Y así descubrieron lo que pasaba. No había ningún ladrón. Lo que ocurría es que los felpudos, de repente, se deshacían, y solo dejaban polvo y tierra.
-¡Esto es inaudito! -exclamó el dueño de la fábrica de felpudos-. Investigaré a ver qué pasa.
El dueño de la fábrica de felpudos puso cámaras en todos los rincones sin que nadie lo supiera, y así descubrió lo que pasaba. Todas las noches se colaba en la fábrica el dueño de otra fábrica de felpudos de un pueblo cercano y saboteaba la fabricación de felpudos. Los untaba con un producto que, con el tiempo, acababa haciendo que estos se deshicieran.
-¿Por qué haces esto? -le preguntó el dueño de la fábrica de felpudos de Villafelpudo.
-Quiero arruinarte para que todo el mundo me compre los felpudos a mí -dijo el otro.
-Si quieres que la gente compre tus felpudos mejor sería que te preocuparas por hacerlos bien, y no por estropear los míos -dijo el de Villafelpudo-. Si no vendes felpudos es porque son muy malos y muy feos.
El dueño de la fábrica de felpudos de Villafelpudo sustituyó todos los felpudos defectuosos, que el del pueblo vecino tuvo que pagar, por ser el culpable de lo que había pasado. Y como no tenía suficiente dinero tuvo que vender su fábrica. Esta fue comprada por el dueño de la fábrica de felpudos de Villafelpudo, que ahora tiene un negocio mucho más grande y próspero.