
Andrea abrió los ojos y vio cómo el sol entraba por la ventana de su habitación. Era sábado, y eso significaba que no tenía que ir al cole. ¡Qué bien!
Se quedó un momento acurrucada con su osito de peluche, pero entonces su barriga hizo un ruido raro.
—¡Grrr! —se rio—. ¡Tengo hambre!
Se bajó de la cama de un salto y corrió a la cocina. Allí estaba su papá, preparando café.
—¡Papá! Hoy quiero hacer mi propio desayuno.
Su papá sonrió y dejó la taza sobre la mesa
—¡Buena idea! Pero la cocina puede ser un lugar complicado. Te ayudaré si lo necesitas.
Andrea asintió con entusiasmo y abrió la nevera.
—Veamos… yogur, leche… ¡Ah! ¡Mermelada de fresa! —exclamó, sacándola con cuidado—. ¿Y el pan?
—Está en la panera —dijo su papá, señalando la mesa.
Andrea tomó una rebanada y la puso en un platito. Luego, abrió la tapa de la mermelada y metió la cuchara.
—Mmm, huele riquísimo…
Con mucho cuidado, intentó untar la mermelada en el pan, pero… ¡plaf! Se le resbaló la cuchara y un gran pegote rojo cayó en la mesa.
—¡Oh, no!
Su papá le tendió una servilleta.
—No pasa nada, hija. Solo hay que limpiarlo y volver a intentarlo.
Andrea limpió la mermelada y esta vez lo hizo con más cuidado. La rebanada quedó cubierta de un bonito color rojo.
—¡Lo logré!
Luego, fue a la nevera otra vez y sacó el cartón de leche.
—Voy a servirme un vaso.
Levantó la caja con ambas manos y empezó a verter la leche en su vaso favorito, el que tenía un dibujo de un gato. Pero, antes de que se diera cuenta, la leche empezó a desbordarse.
—¡Oh! ¡Demasiada leche! —gritó, mientras su papá se apresuraba a alcanzarle un trapo.
Andrea se mordió el labio.
—Creo que eché demasiado…
Su papá rio y le revolvió el cabello.
—Eso nos pasa a todos a veces. No te preocupes.
Cuando todo estuvo listo, Andrea puso su plato y su vaso en la mesa y se sentó emocionada.
—¡Voy a probarlo!
Tomó un bocado de su tostada y sonrió.

—¡Está delicioso!
Pero justo cuando iba a comer su yogur, se dio cuenta de algo importante.
—¡Oh, no! ¡Me olvidé la cuchara!
Su papá la miró, esperando su reacción.
Andrea pensó un momento… y luego sonrió.
—No importa. ¡Voy a buscarla!
Saltó de la silla y fue por la cuchara. Cuando volvió, su papá la miró con orgullo.
—Hoy has aprendido algo muy importante, Andrea.
—¿Que la leche se derrama fácil?
Papá rio.
—Sí, y también que cuando algo no sale bien, no pasa nada. Solo hay que intentarlo otra vez.
Andrea asintió y terminó su desayuno con una gran sonrisa. Había sido una gran mañana.