Había una vez un pirata con una barba tan grande y tan tupida que era conocido por todos como el pirata Barbaespesa. Pero el pirata Barbaespesa no era famoso solo por su espléndida barba, sino por su osadía y su coraje. No hay reto que se le resistiera. No porque los lograra todos, sino porque se enfrentaba a todos ellos. Incluso aunque no los lograra, el pirata Barbaespesa era vitoreado y aplaudido siempre. Porque no solo era valiente y atrevido, sino que también sabía cuándo tenía que retirarse para poner a salvo a alguien.
Un día, otro gran pirata, el pirata Barbachusca, le propuso un reto que el pirata Barabaespesa no pudo rehusar.
—En medio de aquel lago flota una bolsa llena de piedras preciosas, sobre un gran corcho —le dijo el pirata Barbachusca—. Si consigues sacarla la bolsa sin meter las piernas en el agua del lago la bolsa y la gloria serán para ti.
El pirata Barbaespesa aceptó el reto que el pirata Barbachusca le propuso.
—¿Cómo piensas hacerlo, si puede saberse? —le preguntó, burlón, el pirata Barbachusca.
—Si no puedo ir hasta la bolsa haré que la bolsa venga a mí —dijo el pirata Barbaespesa.
El pirata Barbaespesa metió las manos en el agua y empezó a mover el agua hacia él, intentando crear una corriente que moviera la bolsa flotando hacia él. Pero no funcionaba. La bolsa se movía, pero no suficiente.
Pero su fracaso le dio una idea. Al mover el agua vio que mucha salía del lago. Y dijo:
—Si no puede atraer la bolsa entonces vaciaré el lago.
Pero como no podía meterse en el lago apenas podía mover agua fuera con las manos. Entonces, tuvo una idea. Remojó su barba en el agua y se alejó un poco. Al escurrir su barba salieron al menos dos litros de agua.
Y así, el pirata Barbaespesa se pasó horas, intentando vaciar el lago con su propia barba.
Pero al hacerse de noche vio que, a pesar de que había quitado bastante agua, aún quedaba mucha agua por sacar. Además, cada vez tenía que irse más lejos para escurrir su barba, porque todo a su alrededor estaba tan encharcado que el agua pronto encontraría el camino de vuelta al lago.
De pronto, escuchó una voz pidiendo auxilio.
El pirata Barbaespesa se puso de pie de un salto. Enseguida localizó la voz. Venía del centro del lago. Había alguien allí, junto a la bolsa de joyas, sujetándose al corcho que las hacía flotar.
—¡Ya voy! —gritó el pirata Barbaespesa.
El pirata miró a su alrededor. Enseguida vio una barca con remos. La empujó y remó con furia para rescatar a aquella persona en apuros. Era un joven que había querido robar la bolsa de joyas aprovechando la oscuridad de la noche.
Cuando llegó ayudó a aquella persona a subir a la barca. Ya se disponía a remar hacia la orilla cuando el joven ladronzuelo le dijo:
—¿No vas a coger las joyas?
El pirata Barbaespesa se miró las piernas. Al empujar la barca había metido las piernas en el lago y todavía tenía las botas y los pantalones bajados.
—El reto era conseguir las joyas sin meter las piernas —dijo el pirata Barbaespesa.
—Nadie te ha visto yo no diré nada —dijo el ladronzuelo.
—Sí no funcionan las cosas —dijo el pirata Barbaespesa.
Cuando llegaron a la orilla y bajaron de la barca, una multitud salió y le aplaudió.
—Bien hecho —le dijeron.
—¡Me habéis tendido una trampa! —preguntó el capitán Barbaespesa.
—Era una prueba, y la has superado —le dijo el pirata Barbachusca.
Y aquí acaba el gran reto del pirata Barbaespesa, que logró superar la avaricia y ser honesto, a pesar de todo.
En realidad no acaba acabó aquí la historia, porque mientras el capitán siguió intentando sacar el agua del lago topó con una cadena enterrada. Tiró de ella y descubrió que el flotador de corcho donde estaba la bolsa de joyas estaba atado a ella. Así que tiró y tiró y, finalmente, sacó las joyas del lago sin meter las piernas en el agua.