El huevo de dragón
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El huevo de dragón

Edades:
A partir de 6 años
El huevo de dragón Había una vez un huevo de dragón que descansaba tranquilo en el fondo de una oscura cueva, a los pies de una gran montaña, cubierto de paja y hojas secas. Allí lo había dejado su mamá dragona, bien oculto, para que nadie se lo llevara y lo rompiera.

Durante muchos años, el huevo de dragón permaneció allí, esperando su momento. Porque este era un huevo especial. Los dragones de esta raza solo salían del cascarón en presencia del humano destinado a ser su compañero.

Pero el tiempo pasaba y el huevo de dragón seguía resguardado en aquella cueva, sin que nadie lo encontrara.

Para echar una mano, la propia montaña se sacudió, provocando un pequeño terremoto. El movimiento de la tierra puso al huevo en movimiento. Y así, rodando torpemente, el huevo quedó al descubierto.

Todavía pasó algún tiempo hasta que alguien encontró el huevo de dragón. Se trataba de un de joven guerrero que, a lomos de su hermoso caballo negro azabache, se dirigía al castillo del rey, para ofrecer sus servicios.

Cuando el muchacho descubrió el huevo de dragón se puso muy contento. Lo envolvió con cuidado, se le echó a la espalda y puso rumbo al castillo. Con un dragón nadie le negaría un puesto importante en el ejército del rey.

En cuanto el soberano supo que un joven guerrero con un huevo de dragón se acercaba a prestar servicio, se puso muy contento. Un dragón le vendría muy bien al reino para defenderse de cualquier amenaza.

Y así, el joven guerrero fue aceptado en el ejército del rey, con rango de capitán, ni más ni menos.

El joven guerrero empezó a prepararse. No solo debía ser un gran soldado, sino que también debía entrenar para montar sobre el dragón.

Pero las semanas pasaban sin que el huevo eclosionara.

Ante aquello, el rey mandó llamar a los sabios expertos en dragones. Los sabios explicaron al rey que ese tipo de huevo solo eclosionaba en presencia de su legítimo compañero.

—¿Eso significa que este muchacho, capitán de mi ejército, debe pasar más tiempo con el huevo? —preguntó el rey.

—No, majestad —contestó uno de los sabios—. Puede significar dos cosas. Puede que el muchacho aún no esté preparado.

—Tonterías, este muchacho tiene mucho talento —dijo el rey—. ¿Cuál es la otra opción?

—La otra opción es que él no sea el elegido —dijo otro de los sabios.

—¡Pero él fue quien encontró el huevo! —exclamó el rey.

—Puede que su misión fuera llevarlo hasta su legítimo compañero —dijo otro de los sabios.

Ante aquellas palabras, el rey decidió exponer el huevo en el gran salón y esperar.

El joven capitán se sintió un poco decepcionado, porque le había cogido cariño al huevo y muchas veces había soñado con surcar los cielos sobre el dragón. Pero pronto entendió que las cosas no siempre salen como uno quiere y que es mejor aceptar la realidad y seguir adelante. Aun así, todos los días visitaba el gran salón y acariciaba el huevo con cariño.

Un día, mientras el joven capitán estaba en el gran salón haciendo su visita diaria al huevo de dragón, apareció por allí una niña a la que nunca había visto.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la niña.

—Vengo a ver el huevo todos los días —dijo el capitán—. Lo encontré hace mucho tiempo y espero ansioso el día en que, por fin, eclosione, aunque sea otro el elegido como compañero.

—Tú eres capitán en el ejército de mi padre, ¿verdad? —preguntó la niña.

—¡Vaya! ¡Tú eres la princesa! —dijo el joven capitán.

—¡Sí! —dijo la niña—. Llegaste con el huevo el día que yo nací.

—Si quieres ver el huevo puedo bajarlo para ti —dijo el capitán.

—Te estaría muy agradecida si lo hicieras —dijo la princesa.

El joven capitán cogió el huevo y se puso de rodillas para que la princesa pudiera ver el huevo y acariciarlo.

En cuanto la niña lo tocó, el huevo empezó a romperse. Poco a poco fue apareciendo un pequeño dragón que se quedó mirando a la princesa con sus grandes y penetrantes ojos oscuros.

La princesa cogió al pequeño dragón entre sus brazos, sin saber aun lo que aquello significaba. Fue el joven capitán quien se lo explicó:

—Parece que el dragón ha elegido compañera —dijo.

—¿Quién? ¿Yo? —dijo la princesa.

—Sí, tú —dijo el capitán.

En ese momento entró el rey. Cuando vio que el dragón había nacido y que estaba en brazos de la niña, se quedó sin palabras.

—He aquí el dragón y su compañera —dijo el capitán.

—¿Estabas presente? —preguntó el rey.

—Yo mismo cogí el dragón para enseñárselo a la princesa —dijo el capitán.

—Te sentirás profundamente ofendido —dijo el rey.

—No, majestad, al contrario —dijo el capitán—. Me siento muy honrado y agradecido por haber podido presenciar el nacimiento del dragón. Ha sido algo maravilloso.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó el rey—. La princesa es solo una niña.

—No será una niña eternamente —dijo el capitán—. Yo mismo puedo encargarme de entrenarla y de enseñarle todo lo que he aprendido sobre dragones a lo largo de los últimos años.

El rey aceptó la oferta del capitán, que dedicaba todos los días buena parte de la tarde a entrenar a la princesa y al dragón.

Y así la niña creció y el dragón se convirtió en un imponente animal alado.

—Creo que ha llegado el momento de volar a lomos del dragón, princesa —dijo el capitán.

Nada más oírlo, el dragón se colocó para que pudieran ensillarlo. En cuanto estuvo listo, la princesa subió sobre él.

—¡Adelante! —gritó, emocionada, la princesa.

TEl huevo de dragónras un largo paseo, la princesa volvió a casa a lomos del dragón.

—Ha sido maravilloso —dijo la princesa.

—Durante años deseé ser yo el elegido y poder volar a lomos del dragón —dijo el capitán.

—¿Por qué no lo haces? —dijo la princesa—. A mí no me importa.

—Gracias, pero no es posible —dijo el capitán—. Este tipo de dragones solo pueden ser montados por sus legítimos compañeros, princesa.

Pero eso no era suficiente para la princesa. Así que, a escondidas, mandó fabricar una silla especial en la que pudieran sentarse dos jinetes a lomos del dragón.

Al capitán no le dio tiempo a decir nada cuando vio la nueva silla colocada sobre el dragón, porque la princesa enseguida le dijo:

—Ahora ya puedes subir, porque montarás conmigo. Yo subiré primero y tú lo harás después.

Para sorpresa del capitán, la princesa se subió en la parte trasera de la silla y le ofreció el puesto delantero, para que él pudiera llevar las riendas.

—¿Me dejará el dragón que yo lo dirija? —preguntó el capitán, mientras se subía a lomos del dragón.

—Lo hará —dijo la princesa.

—¿Por qué tú se lo has pedido? —preguntó el capitán.

—Por eso y porque confía en ti tanto como yo —dijo la princesa—. Recuerda que tú estabas allí el día que salió del huevo y que has estado con nosotros desde entonces.

Y así el capitán vio cumplido su sueño de volar a lomos del dragón, el que había nacido del huevo que había encontrado, que había cuidado y que había mimado. El dragón al que había visto nacer y al que había entrenado, abrazado, curado e, incluso, regañado alguna que otra vez.

Cuando aterrizaron, el capitán dio las gracias a la princesa por haber sido tan generosa con él.

—Formamos un buen equipo entre los tres —dijo la princesa.

Desde entonces, los tres surcan los cielos para vigilar y proteger el reino.
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