En Villaverde el único medio de transporte que se usaba era la bicicleta. La circulación de coches, camiones y furgonetas estaba limitada a un par de horas por la mañana y otro par de horas por la tarde para abastecer a los comercios, salir o entrar de la ciudad y cosas así. Solo las ambulancias tenían permiso para circular a cualquier hora por Villaverde.
Estudiantes, profesores, niños, adultos, ancianos, médicos, funcionarios…todos los habitantes de Villaverde que no iban andando se desplazaban en bicicleta. Incluso la policía patrullaba en bicicleta y los taxis eran carros tirados por una o dos bicicletas.
En todas las calles había al menos un aparcamiento para bicicletas, normalmente ubicado donde antes había un parking para vehículos a motor. Allí la gente dejaba sus bicicletas atadas con un candado.
Todo iba viento en popa en Villaverde hasta que un día empezaron a desaparecer bicicletas de los aparcamientos. La gente estaba preocupada. La mayoría de las bicicletas aparecían días después, tiradas en algún sitio, aunque bastante deterioradas.
La policía patrullaba día y noche las calles, pero nunca daban con el ladrón. Cuando llegaban ya era demasiado tarde. El ladrón conseguía abrir los candados o romper las cadenas y se llevaba las bicicletas. Y como todo el mundo iba en bici, entre tantos ciclistas era muy difícil saber quién era el ladrón.
Como la policía no conseguía dar con el ladrón, unos cuantos niños de Villaverde decidieron buscar al malhechor por su cuenta. Martín, al que el ladrón le había robado ya tres bicis, tomó la palabra.
-Tengo un plan, amigos. Pero no os va a gustar. Es peligroso
-¿Por qué no se lo propones a la policía? -dijo un niño.
-Porque es algo… esto... no es algo legal -dijo Martín-. Si nos pillan se nos cae el pelo.
-Eso suena emocionante -comentaban algunos niños.
-El ladrón no actúa de noche -dijo Carlos-. Su camuflaje no funciona. Él se agacha para soltar los candados como lo haría cualquiera para soltar su bici. Por eso no le pillan nunca. Y si no actúa de noche es porque hay pocas bicis y poca gente circulando en bicicleta. Mi plan consiste en colocar pequeños pinchos en todos los aparcamientos de bicicletas de la ciudad durante la noche. Así ninguna bicicleta podrá salir de los aparcamientos.
-Pero, ¿cómo evitaremos a los policías que patrullan la ciudad? -preguntó una niña.
-Haremos grupos de vigilancia -dijo Carlos-. Si los vigías cumplen bien su cometido será muy fácil colocar los pinchos.
-Hasta ahí todo perfecto, Carlos, pero eso solo evitará el robo de bicicletas -dijo la misma niña-. ¿Cómo nos ayuda tu plan a capturar al ladrón?
-Solo el ladrón se quedará tranquilo tras comprobar el pinchazo e intentará sacar más de una bicicleta -dijo Carlos-. Los demás se pondrán furiosos y saldrán en busca de ayuda.
-Pero, ¿cómo detenemos al ladrón? -dijo una niña.
-Cada pareja de vigilancia tendrá
un spray plateado para marcarlo. Bastará con que uno le dibuje una X en la espalda mientras el otro lo entretiene con cualquier tontería. Luego llamaremos a la policía y ellos harán el resto.
A todos les pareció bien la idea. Se repartieron las tareas para vigilar y colocar pinchos y se asignaron las zonas que tendrían que atender al día siguiente.
Al final resultó que el ladrón era el dueño de la gasolinera, que había visto cómo su negocio se venía abajo debido a que apenas tenía clientes a cuenta del uso masivo de bicicletas. Como castigo, el juez le obligó a reparar todas las bicicletas que había estropeado, incluidas las que se habían pinchado para atraparlo. Y como había estropeado cientos de bicicletas el hombre aprendió tanto que, cuando acabó de reparar el daño cometido, decidió abrir un taller de reparación de bicicletas junto a la gasolinera. Y así el hombre pudo ganarse honradamente la vida, sin molestar a nadie y ofreciendo un servicio útil a la comunidad.