HabÃa una vez un ladrón muy astuto que se pasaba el dÃa robando. Todo lo llevaba a un viejo caserón que habÃa heredado de sus abuelos. Y allà lo metÃa todo, de cualquier manera.
Muchas cosas las vendÃa lejos de allÃ, para que no le pillaran. Otras, las usaba. Y todo lo demás lo metÃa en aquel caserón.
Pero la policÃa le seguÃa la pista. El inspector Navarrete estaba muy cerca. Pero el ladrón no se habÃa dado cuenta.
Una mañana, mientras el ladrón guardaba el botÃn en guarida, el inspector Navarrete surgió de repente, seguido de cuatro agentes de policÃa.
—¡Alto, policÃa! ¡Estás detenido! —dijo el inspector Navarrete.
Pero el ladrón entró corriendo en el caserón y se metió en una de las habitaciones donde guardaba su botÃn.
Aquello estaba tan desordenado que la policÃa no logró encontrar al ladrón. Tras dÃas de búsqueda, el inspector Navarrete decidió esperar fuera a que el ladrón saliera, pero este se las habÃa ingeniado ya para escapar. Solo cuando la policÃa tuvo noticias de nuevos robos decidieron abandonar el lugar.
—Ahora habrá que buscarle de nuevo —dijo el inspector Navarrete—. No creo que se le ocurra volver aquÃ.
Pero el ladrón no tenÃa otro sitio en el que esconder su botÃn, asà que, cuando comprobó que la policÃa ya no estaba por allÃ, volvió a utilizar el viejo caserón para meter todo aquello que no tenÃa dónde guardar.
Para su sorpresa, la policÃa no se habÃa llevado nada. El ladrón rio con ganas.
Y asà siguió, durante dÃas, llevando parte de su botÃn al caserón. Hasta que un dÃa:
—¡Alto, policÃa! ¡Quedas detenido! —gritó el inspector Navarrete.
El ladrón volvió a meterse en el caserón, pero dentro habÃa más policÃas. No habÃa dónde meterse.
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€”¿Cómo se habrán medido aquÃ? —pensó el ladrón.
Entonces vio una salida.
—¡La vieja moto! —pensó el ladrón.
El ladrón llegó hasta ella. Pero no tenÃa las llaves puestas. Las buscó, pero estaba todo tan desordenado que no logró encontrarlas.
No pudo hacer nada. El inspector Navarrete en persona le puso las esposas.
—¿Cómo lo habéis hecho? —preguntó el ladrón.
—Llevamos dÃas aquÃ, pero lo tienes todo tan desordenado que ni te habÃas dado cuenta de que estábamos escondidos.
Y asà el ladrón desordenado cayó en su propia trampa.