Había una vez policía que siempre estaba de malhumor. Tal era su mal genio que los
delincuentes se habían ido a otro lugar a cometer sus fechorías.
Y como no había nadie con quien descargar el malhumor, el policía se dedicaba a regañar a por cualquier cosa a todo el que pillaba. Y que no te pillara en alguna infracción, que más de uno acabó en el calabozo solo cruzar por donde no debía.
Un día llegó al pueblo un nuevo ladrón. Pero el afectado afectado, lejos de estar enfadado, estaba tan contento que organizó una fiesta. Por fin el policía malhumorado tendría algo que hacer.
Y así fue. El policía estaba pletórico ante la idea de cazar al ladrón. De hecho, no paró hasta que lo pilló. Pero el ladrón, lejos de mostrarse enfadado e irritado por haber sido pillado, le dedicó al policía una tierna sonrisa.
A los pocos días el policía tuvo que soltar al ladrón. Al parecer no había utilizado métodos
legales para pillarlo y no podían retenerlo más. Pero ese mismo día el ladrón volvió a robar.
Todo el pueblo lo celebró. Y el policía malhumorado volvió a sentirse lleno de energía.
No tardó mucho en pillarlo. El ladrón incluso lo abrazó y le dedicó unas hermosas palabras para agradecerle su buen trabajo policial. El policía malhumorado estaba completamente asombrado, pero no cambió el gesto ni un ápice.
Pero a las pocas horas el policía tuvo que soltar al ladrón, que se fue tan contento, Pero en vez de ir a su casa fue a robar. Los vecinos no cabían en sí de gozo ante la idea.
Cuando el policía cazó al ladrón le preguntó:
-¿Se puede saber de qué va esto? ¿A qué viene tanta sonrisa y tanta alegría?
El ladrón contestó:
-¿No te parece un día maravilloso?
El policía no entendía nada. Sin embargo, sin darse cuenta, se quedó mirando al horizonte.
Y, por un momento, aflojó el gesto y esbozó un intento de sonrisa.
-
Me iré el día que cambies la cara y seas más amable -dijo el ladrón-. Pero como me entere que vuelves a estar todo el día enfadado y molestando a los vecinos con tonterías volveré.
-Yo no estoy todo el día enfadado -dijo el policía.
-¿Ah, no? ¿Estás seguro? Prueba a saludar con una sonrisa en vez de con un gruñido, a ver qué pasa.
El policía no pudo quitarse aquello de la cabeza. Entonces decidió probar lo que le había dicho el ladrón. A la primera sonrisa se dio cuenta de que, efectivamente, siempre estaba gruñendo y con mala cara.
El ladrón se fue y el policía decidió seguir sus consejos a diario. Desde entonces aquel pueblo es un lugar mucho más feliz.