Había una vez una banda de ladrones que iban de pueblo en pueblo robando lo que podían. Unas veces robaban ovejas, otras veces asaltaban los campos de cultivo, otras veces se llevaban la ropa tendida, y así muchas otras cosas.
Lo que robaban lo llevaban todo lo lejos que podían y lo vendían muy barato en el mercado de otro pueblo para quitarse cuanto antes el botín de encima y así poder irse antes de que alguien pudiera sospechar.
Esta banda de ladrones siempre robaba de noche, mientras la gente dormía. Así era más fácil robar sin causar daño a nadie y huir antes de ser descubiertos.
Los ladrones de dividían: mientras unos vigilaban, otros robaban. A Panchito siempre le tocaba vigilar, porque era el más joven e inexperto de todos. También era el más pequeño y el que tenía una aspecto más inocente, por lo que pasaba fácilmente desapercibido.
Pero Panchito era un perezoso, y mientras sus compañeros robaban él se echaba una siesta. Al principio, Panchito se despertaba en cuanto oía el silbido que indicaba que todos podían ir al punto de encuentro y huir.
Sin embargo, poco a poco a Panchito le entraba el sueño más profundo, y dejó de oír el silbido. Y cuando no acudía al lugar de encuentro alguien tenía que ir a buscarlo.
-Cualquier día nos van a pillar por tu culpa, Panchito -le decía el jefe de la banda-. Tu trabajo es vigilar, no dormir. Por tu pereza nos van a pillar a todos.
Pero Panchito seguía quedándose dormido. Los ladrones estaban empezando cansarse de Panchito. Porque no solo no colaboraba cumpliendo su misión, sino que, para colmo, los ponía en peligro.
-Le daremos una lección -dijo el jefe de los ladrones.
El jefe de los ladrones informó a todos menos a Panchito del lugar de encuentro tras el siguiente golpe. En realidad a Panchito le daba igual. Al fin y al cabo, siempre iba alguien a despertarlo y lo llevaba al punto de encuentro, por lo que no necesitaba saber cuál era. Por lo tanto, no sospechó.
Esa noche nadie fue a despertarlo. Y cuando Panchito se dio cuenta y se despertó casi había amanecido. Panchito empezó a oir ruidos. Alguien se acercaba. Le entró el pánico y empezó a correr. Pero no sabía a dónde tenía que ir.
Panchito se pasó varias horas vagando por los alrededores del pueblo sin saber a dónde ir. Si lo pillaban podrían sospechar que él era el ladrón. Todos los ruidos le asustaban. Cada vez que oía a alguien temía que fueran a por él.
Antes de caer la noche sus compañeros lo encontraron. El jefe le dijo:
-Espero que hayas aprendido la lección. La próxima vez que pase algo así te dejaremos aquí. Y cargarás con la culpa. Esta vez nadie te ha buscado porque no hemos robado nada. Pero no será así la próxima vez.
Panchito no volvió a quedarse dormido durante una guardia. Para evitarlo, todas las tardes se echaba una buena siesta, y así estaba más fresco para vigilar. Comprendió que cuando tus compañeros dependen de ti eres responsable de cumplir con tu parte y, por lo tanto, las excusas no valen. Tienes que hacer lo que sea necesario para cumplir con lo que te corresponde.