El león alado
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El león alado

Edades:
A partir de 6 años
Valores:
El león alado Había una vez un cachorro de león que vagaba solo por el mundo. Era tan pequeño y débil que incluso los animales más menudos se apiadaban de él.

Una noche de tormenta, el pequeño león se refugió en el hueco de un árbol. Pero nada más entrar, el león oyó un grito. El cachorro salió enseguida de allí, muy asustado, y se cobijó bajo un árbol cercano. Pero llovía tanto que no tardó en quedar empapado.

Alguien se asomó por el hueco del árbol y gritó:

—¿Quién anda ahí?

El pequeño león se acercó, tiritando de frío, y dijo:

—He sido yo. Perdona, no quería asustarte. No sabía que había alguien más en el hueco del árbol.

El pequeño león alzó la vista y vio a una anciana con unos hermosos ojos que parecían reflejar el arcoíris. Esta, al verlo tan mojado y con tanto frío, le dijo:

—Entra, no te quedes ahí o te cogerás una pulmonía.

El león siguió a la mujer dentro del árbol. Ella dio un par de palmadas e hizo aparecer una especie de fuego de color azul.

—No temas, no te quemará —dijo la mujer—. Pero te ayudará a secarte y a entrar en calor.

—Gracias —dijo el león.

—¿Cómo te llamas? —preguntó la anciana.

—No tengo nombre —dijo él—. Todos me llaman el león, sin más.

La anciana parecía sorprendida.

—¿Todos? ¿Quiénes? —preguntó—. ¿Acaso tienes familia?

—No sé quiénes son mis padres —dijo el león—. Llevo un tiempo vagando de acá para allá. Todos me llaman el león, sin más.

—Si me lo permites, yo misma te pondré nombre —dijo la anciana.

—¡Oh, gracias! —exclamó el león, muy agradecido.

A cambio solo quiero que te quedes conmigo un año, pase lo que pase, y que estés a mi servicio —dijo la anciana.

—Así lo haré —dijo el león.

La anciana abrió un saco que tenía junto a ella y sacó una bola de cristal. Miró y miró la bola y, después de un rato, dijo:

—Te llamarás Ramsy.

En ese momento el pequeño león sintió que algo empezaba a crecerle en el lomo.

—¿Por qué ahora tengo alas? —preguntó Ramsy.

—Olvidé decirte que soy una poderosa bruja —dijo la mujer—. Ahora tendrás que cumplir mi voluntad. Y gracias a ti, y a esas alas, dominaré este lugar.

Ramsy notó que sus alas seguían creciendo. Y él también. Tuvo que salir del hueco del árbol para no quedarse atascado dentro.

La bruja se asomó al hueco del árbol y le dijo:

—Vuela y tráeme un conejo.

Ramsy abrió las alas, las agitó y empezó a volar. Pero no quería cazar a ningún conejo, ni a ningún otro animal. Todos los animales se habían portado bien con él, le habían cuidado y le habían ayudado. Pero no podía desobedecer a la bruja. Sin saber qué hacer, aterrizó, se acercó a la madriguera de uno de sus amigos y le dijo:

—La bruja me pide un conejo y no puedo negarme a llevarle uno. ¿Qué puedo hacer?

El conejo le dijo:

—De buena gana iré contigo si no me haces daño. En cuanto me dejes a los pies de la bruja saldré corriendo tan deprisa que no se dará cuenta.

Ramsy accedió. Cogió al conejo con cuidado entre sus garras y voló al encuentro de la bruja.

Y cuando el león alado dejó el conejo a los pies de la bruja, este salió corriendo tan rápido que a ella no le dio tiempo a reaccionar.

—¡Oh, truhan! ¡Me la has jugado! Vete y tráeme un búho.

Ramsy voló en busca de un búho. No quería hacer daño a ningún ave, pues todas habías sido buenas con él. Pero tuvo una idea. Para que todos los búhos se apartaran de su camino, fue gritando:

—¡Tengo que llevar un búho a la bruja, y no puedo evitarlo!

El león alado pasó días buscando un búho, pero no encontró ninguno. Después de varios días decidió volver al hueco del árbol.

La bruja estaba muy enfadada. Sabía que Ramsy no sería capaz de encontrar ningún búho.

—De nuevo me las has jugado, bribón. Pero esta vez no podrás. Vuela y tráeme un dragón.

Ramsy abrió las alas, las agitó y empezó a volar. Sin embargo, no sabía dónde encontrar un dragón. Su instituto lo llevó hasta una cueva, en las montañas.

Cuando aterrizó, un dragón se asomó y preguntó:

âEl león alado€”¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

El león respondió:

—Soy Ramsy, el león alado. La bruja me pide que te lleve ante ella. No puedo evitarlo.

El león preguntó:

—¿Qué harás si no quiero ir contigo?

Ramsy miró al dragón y le dijo:

—Supongo que tendremos que luchar.

El dragón empezó a reír:

—Soy un dragón. Soy muy poderoso.

Ramsy lo sabía o, al menos, eso imaginaba. Simplemente le dijo:

—¡Qué le vamos a hacer!

Pero el dragón no tenía ganas de peleas. Aquel león alado le caía bien. A pesar de todo parecía buena gente. Así que le dijo:

—Haremos una cosa. Te acompañaré e iré a ver a la bruja.

—Pero ¡acabará contigo! —exclamó Ramsy.

—No se atreverá —dijo el dragón—. Espera que llegue malherido o algo peor. Ni se imagina que iré contigo de buena gana. En cualquier caso, estaré preparado.

Ramsy y el dragón volaron hasta el hueco del árbol donde vivía la bruja. Pero esta, a ver que el dragón se acercaba por sus propios medios, salió corriendo lejos de allí, atemorizada.

El dragón miró a Ramsy y le dijo:

—Ya eres libre amigo. Ella te ha abandonado y el hechizo se ha roto. Aunque seguirás siendo un león alado, supongo.

Ahora Ramsy es libre y se dedica a ayudar a todos los que lo necesitan, pero sin abusar de ellos ni engañarlos, como intentó hacer la bruja con él.
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