Había una vez un loro llamado Pomodoro que era tan rojo tan rojo que casi se podía confundir con un tomate. Pomodoro no tenía una sola pluma de otro color que no fuera el rojo.
Pomodoro tenía los ojos negros, el pico blanco y las patas grises. Solo por eso se le podía distinguir cuando estaba quieto.
Pomodoro sentía envidia de los demás loros. Admiraba sus plumajes de varios colores, tan brillantes y bien combinados. Incluso los otros loros rojos tenían plumas de colores en sus alas.
A los demás loros de la selva tampoco les gustaba Pomodoro. Entre ellos siempre cuchicheaban:
-Míralo, ahí solo y apartado. Seguro que tiene una enfermedad contagiosa y por eso se esconde -decían los guacamayos.
-¡Qué se creerá este para no querer relacionarse con nosotros! -decían los yacos.
-Pobre loro rojo, qué le habrá pasado para estar siempre apartado -decían los amazonas.
Un día, mientras el loro Pomodoro miraba triste su reflejo en el río, un delfín rosa surgió del agua.
-¡Un loro rojo como un tomate! -exclamó el delfín.
-Cómo están las cosas como para que un delfín rosa con la cabeza deforme se sienta con autoridad para reírse de mí -dijo el loro Pomodoro.
-¡Eh, sin faltar, que yo no me he metido contigo! -dijo el delfín rosa-. Me encanta tu color. ¡Es tan uniforme!
-¿En serio? -dijo el loro Pomodoro.
-¡Sí, por supuesto!- respondió el delfín-. Tienes un color maravilloso, todo igualito, sin una sola mancha. Tus plumas son brillantes y parecen las más suaves que jamás haya visto. ¡Ya me gustaría a mí tener un color tan bonito y tan igualado!
-Pero a nadie más le gusto -dijo el loro Pomodoro-. Todos huyen de mí y cuchichean a mis espaldas. Soy raro y por eso no me quieren.
-Eso no es verdad. Seguro que hasta te tienen envidia -dijo el delfín.
-¿Por qué? -preguntó el loro.
-Porque eres único -respondió el delfín-. ¿En serio no te has dado cuenta de que hay un montón de ojos escondidos mirándote? A la derecha hay tres personas haciéndote fotos, a la izquierda otras cuatro grabándote y justo detrás tienes cinco loritas haciéndote ojitos.
El loro Pomodoro sintió un escalofrío que hizo que se le pusieran las plumas de punta.
-No tienes ninguna enfermedad, Pomodoro. Pero como siempre estás escondido y apartado muchos piensan que tienes algo contagioso, pero nada tiene que ver con tu plumaje -dijo el delfín.
-Gracias, delfín rosa -dijo el loro Pomodoro-. ¡Ah! Y perdona por lo que te he dicho antes. No tenía derecho a meterme contigo. Eres un gran tipo.
-No te preocupes -dijo el delfín rosa-. Podrías compensarme dejándome ver cómo es tu vuelo. Seguro que con todo ese plumaje rojo eres un ave espectacular.
A pesar de que hacía tiempo que no volaba por miedo a hacer el ridículo, el loro Pomodoro se sentía tan seguro de sí mismo que decidió alzar el vuelo. Todos los animales de la selva y las personas que por allí había se quedaron boquiabiertos ante el espectáculo.
Cuando aterrizó, todos los loros aplaudieron a Pomodoro.
-¿Ya estás mejor? -le preguntó una cacatúa-. ¿Te curaste?
-No estaba enfermo, solo me sentía avergonzado -respondió el loro Pomodoro.
-¿Por qué? -preguntó un agaporni.
-Por ser tan rojo -respondió el loro Pomodoro.
-¿En serio? -dijo un periquito-. ¡No fastidies! Y nosotros pensando que te pasaba algo, que estabas enfermo o que te habías enfadado con nosotros.
El loro Pomodoro descubrió que no tenía que esconderse, porque ser diferente no es nada malo, sino que te da la oportunidad de ser especial y único.