Había una vez un mago muy tirano que gobernaba todo el reino con mano dura. Aunque él no era rey, todos sabían que había que hacer lo que el mago dijera. Si alguien le llevaba la contraria recibía un buen castigo, incluso el mismo rey.
El mago tirano había exigido un puesto en el Consejo Real, desde donde orquestaba la realización de todos sus deseos. Así, poco a poco, mientras el rey y sus súbditos se iban empobreciendo, el mago tirano era cada vez más rico y poderoso.
Un día, el mago tirano anunció que debía abandonar el reino por unos días. Pero dejo instrucciones para que todo siguiera según sus deseos. Todos aceptaron las órdenes y despidieron al mago con grandes honores.
Pero todos los habitantes del reino y el mismo rey estaban hartos de tanta tiranía. Así que, aprovechando que el mago se había ido, se reunieron en secreto bajo una cripta, por si acaso volvía antes de tiempo.
-Tenemos que acabar con el poder de este mago tirano -dijo el rey a su pueblo.
-Pero, ¿cómo? -preguntaron-. Tiene mucho poder, y cada vez más.
-Tengo una idea -dijo el rey-. Su poder nace de su cetro. Sin él no puede hacer nada.
-Pero no se lo podemos quitar -dijo el capitán de la guardia.
-No, no podemos -dijo el rey-, pero podemos hacer otra cosa. Preparemos una mezcla pegajosa y la untaremos en la silla que tiene en el consejo.
-Pero así le quedará la mano libre -dijo un soldado-. Podrá usar su cetro en cuento vea que no puede levantarse.
-Estaremos atentos -dijo el rey-. En cuanto se siente le tendremos preparado el vaso de limonada que siempre pide cuando se sienta, pero lo llenaremos con la mezcla pegajosa.
-¿Para que se le pegue la lengua? -preguntó alguien.
-¡No! -exclamó el rey-. El que la lleve se tropezará y verterá toda la mezcla pegajosa sobre su mano. Así se quedará pegada junto con el cetro a la mesa y no podrá hacer nada.
-Pero el pegamento tardará en secar unos segundos -dijo otro soldado.
-Por eso alguien muy grande se tropezará justo después sobre su brazo para que no lo mueva -dijo el rey.
Todos estuvieron de acuerdo para seguir adelante con el plan. Era arriesgado, pero la situación era tan extrema que merecía la pena.
Cuando el mago tirano regresó todo estaba listo para la trampa. Para darle confianza, prepararon un recibimiento por todo lo alto. El mago se sentía halagado por el cariño mostrado por la gente.
-Está todo preparado para la celebración de la reunión semanal -dijo el rey-. Os estábamos esperando.
El mago fue a la sala del consejo y se sentó. Justo en ese momento llegó un soldado con el vaso de limonada lleno de pegamento. Pero antes de que el mago descubriera la trampa el soldado se tropezó, justo en el momento en que otro enorme soldado caía encima del hombro donde el mago llevaba el cetro.
-¡¡Torpes!! -gritó el mago-. Os vais a enterar.
Pero cuando el mago fue a levantarse con el cetro para lanzar el hechizo vio que no podía.
-Estarás ahí sentado, pegado a la silla y a la mesa, hasta que renuncies a hacer el mal -dijo el rey-. Todas tus posesiones quedarán confiscadas y serán repartidas entre el pueblo.
El mago estuvo varias semanas amenazando al rey y a sus hombres, pero no le sirvió de nada. La corte se mudó al castillo del mago, que era mucho más grande, y el mago se quedó allí solo hasta que se agotó de gritar. Para entonces era tan viejo que ya no tenía fuerzas para levantar el cetro. En cuanto lo despegaron le quitaron el cetro y le invitaron a que se fuera del reino.
El mago se escondió en una cueva y allí se quedó, arrepintiéndose por haber sido tan malo y no haber sabido rectificar a tiempo.