Marix era un marciano que viajaba de acá para allá en su nave espacial. El pobre marciano llevaba siglos solo, y no porque se hubiera extinguido su especie, sino porque todos sus iguales habían huido de él.
Pero, ¿cómo es eso? ¿Hay vida en Marte? Pues la verdad es que la hubo, pero gracias a Marix, el marciano errante, ya no queda nadie allí. Todos se fueron para evitarlo y se instalaron en otro planeta.
Marix se pasaba el día llorando y lamentándose de sus defectos. Que si soy muy feo, que si soy muy soso, que si estoy muy gordo, que si soy muy bajo, que si soy muy tonto… Marix se pasaba el día lamentándose de lo que consideraba sus peores defectos.
Sus amigos, mejor dicho, la gente que le rodeaba, le pasaba la mano por la espalda para consolarlo. Al principio lo hacían por pena, luego por compasión, y al final para ver si dejaba de dar la murga con tanto lloriqueo inútil que no solucionaba nada.
-Pues podía quejarse de ser el más plasta -decía un vecino.
-Más bien de ser el más llorón -decía otro vecino.
El problema con los marcianos es que cuando lloran transmiten por telequinesia su dolor y su malestar a todo el que esté a siete mil kilómetros a la redonda, que en este caso, es más que el diámetro del planeta Marte, así que no había manera de librarse.
Lo cierto es que sí había una forma de librarse del sufrimiento de Marix: echarlo del planeta. Pero como, en el fondo, a todos les daba pena, lo que hicieron los marcianos fue irse y dejar a Marix solo.
C
uando Marix se dio cuenta de que estaba solo cogió su nave espacial para ir en busca de sus compañeros. Pero estos se fueron tan lejos que a Marix le fue imposible encontrarlos. Y si alguna vez estuvo cerca, los marcianos cogían sus bártulos y se iban a otra parte. Es lo que tienen los marcianos, que se adaptan a cualquier planeta y viven cientos de años.
Tal vez el día que Marix deje de lamentarse tanto y empiece a valorar lo que tiene consiga encontrar a los suyos. Porque si algo tienen de bueno los marcianos es que acogen a todo aquel que transmita buenas vibraciones. Quién sabe, tal vez algún día Marix se dé cuenta y deje de dar la tabarra.