En la bulliciosa ciudad de Dulcetown todos estaban emocionados por la gran feria que se celebraría al día siguiente. El evento más esperado era la presentación de la galleta más grande del mundo, horneada con amor y esfuerzo por la doña Dulcinea.
La mañana del día de la feria un grito sonó en todo Dulcetown, desde el obrador de doña Dulcinea. ¡La galleta más grande del mundo había desaparecido! Las personas se agrupaban alrededor de obrador, murmurando y preguntándose quién podría haberse llevado semejante delicia.
—¡Esto es trabajo para Lila y Lola! —dijo un niño mientras señalaba a dos jóvenes que se encontraban al otro lado de la plaza.
Lila ajustó su sombrero de detective y sacó su lupa. Mientras tanto, Lola abrió su cuaderno lista para apuntar cualquier pista.
—Mira, Lola —dijo Lila señalando el suelo—. ¡Migas de galleta! Esto puede llevarnos al ladrón.
Los niños siguieron el rastro de migas, que los condujo hasta el Bosque de Caramelo. Allí, entre los árboles que olían a vainilla, encontraron a un ratón travieso con los carillos hinchados y rodeado de migas.
—¡Te atrapamos, Ratonín! —dijo Lola con una sonrisa de triunfo.
Pero Ratonín, con ojos llorosos, negó con la cabeza.
—No fui yo. Solo estaba protegiendo la galleta de unos pájaros hambrientos que querían comerla. Estas migas son las que se han caído por el camino.
Lila y Lola se miraron sorprendidos. Siguiendo las indicaciones del ratón, encontraron la galleta escondida bajo un montón de hojas. Los pájaros todavía no se la había comido.
C
on la ayuda de Ratonín, llevaron la galleta de regreso a la plaza, justo a tiempo para la feria. Doña Dulcinea, aliviada, ofreció a Ratonín un trozo de galleta como recompensa por su ayuda.
Esa noche, mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo de Dulcetown, Lila y Lola sabían que habían resuelto otro misterio, y que, a veces, las cosas no son lo que parecen a simple vista.
La ciudad entera aprendió una valiosa lección sobre no juzgar sin conocer toda la historia. Mientras tanto, Ratonín, con la barriga llena, dormía plácidamente soñando con más aventuras y, por supuesto, más galletas.