Villaflorilla era un lugar precioso para vivir. La ciudad estaba llena de parques. En todas las calles había árboles y flores. Y todas las casas tenían un precioso jardín.
Un día, llegó a Villaflorilla la familia Trosten para instalarse allí. Pero había un problema: solo quedaba una casa a las afueras, y nadie quería vivir allí.
La casa estaba muy vieja y tenía un jardín grande y abandonado. En Villflorilla decían que estaba embrujado.
Pero la familia Trosten tenía tantas ganas de instalarse en Villaflorilla que no le importó quedarse en aquella casa.
—Nadie aguante allí más de una semana —le advirtió la alcaldesa.
Pero a la familia Trosten le dio lo mismo.
Nada más llegar se pusieron manos a la obra para arreglar la casa e instalarse en ella.
En el centro del jardín había un enorme árbol rodeado de arbustos y maleza.
—Mañana cortaremos la hierba y veremos qué hacemos con ese árbol tan grande —dijo el señor Trosten.
Les costó varios días quitar las malas hierbas.
—Tardaremos años en tener un jardín tan bonito como los de nuestros vecinos —dijo la señora Trosten. Tal vez, si cortásemos este árbol tan grande sería más fácil.
Entonces, el árbol empezó a temblar.
—Mira, mamá. Aquí hay algo —dijo el pequeño de los Trosten.
Todos se acercaron con curiosidad al tronco del gran árbol. Allí vieron que había una pequeña puerta.
El señor Trosten la abrió. Todos se asomaron.
—¡Wow! —exclamaron todos a la vez.
—Vamos —dijo el señor Trosten.
Uno a uno fueron atravesando la puerta y llegaron a un hermoso jardín escondido lleno de flores y árboles.
En el centro había un estanque con peces dorados. La familia Trosten se sentó junto al estanque. Allí, sentados, escucharon un sonido suave y melodioso. Miraron a su alrededor y vieron una hada que los miraba con dulzura.
—¿Qué es este lugar? —preguntó la señora Trosten.
Con una voz melodiosa, el hada contestó:
—Es el jardín de los cuentos olvidados. Aquí se esconden las historias que se olvidan esperando a que alguien venga a rescatarlas. Todos los días que vengáis os contaré una, con la condición que la deis al conocer al mundo para que vuelva a olvidarse.
D
esde entonces, la familia Trosten visita el jardín de los cuentos olvidados todos los días para escuchar un cuento. Cuando vuelven a casa, por la noche, lo escriben entre todos, en un gran libro que lleva por título «Los cuentos de la familia Trosten».
Mientras tanto, el jardín se ha vuelto a llenar de maleza, pero no importa. Esa es la mejor manera de proteger el acceso al jardín de los cuentos olvidados.
En Villaflorilla no se explican cómo la familia Trosten puede tener un jardín tan desastroso. Ni de dónde sacan las ideas para los maravillosos cuentos que narran constantemente a sus vecinos.
—Si no fuera por esas historias que contáis ya os habrían echado del pueblo —les dijo un día el panadero.
—¿Quieres que te cuente otra? —dijo el señor Trosten.
—Soy todo oídos.
—Érase una vez…