Hace mucho tiempo, una sirena encontró algo en el fondo del mar. Era una pieza maravillosa, preciosa y muy delicada. Tenía forma ovalada y brillaba muchísimo.
-¿Qué será esto? -se preguntó la sirena.
Mientras la sirena contemplaba aquel maravilloso hallazgo, su amigo el pececito pasó por allí.
-¿Qué haces? -preguntó el pececito.
-Mira, he encontrado esto en el fondo del mar -dijo la sirena.
-¡Un espejo! -dijo el pececito.
-¿Un espejo? -dijo la sirena-. ¡Un espejo mágico! ¡Como los que salen en los cuentos!
-¿Mágico? ¿Por qué? -preguntó el pececito.
-Mira, en el cristal hay alguien encerrado -dijo la sirena-. Mueve la boca, pero no oigo qué dice. Tendré que ir a ver a Poseidón. Tal vez él pueda ayudarme a sacar a la prisionera del espejo. Sí, él me ayudará.
-Espera, espera -dijo el pececito.
Pero la sirena se fue nadando tan rápido que el pececito no pudo alcanzarla.
La sirena nadó y nadó sin descanso durante semanas.
-Tranquila, amiga, yo te salvaré -le decía a la chica del espejo-. Y te llevaré a la superficie.Y si no vemos ningún barco yo misma te acercaré a alguna playa.
Por fin la sirena llegó a la mansión de Poseidón. Allí estaba él, rodeado de súbditos y de manjares, de músicos y bufones.
-¿Qué quieres, pequeña? -preguntó Poseidón-. ¿Qué te trae por aquí? Parece que estás cansada.
-Quiero salvar a la niña que está encerrada en este espejo mágico -dijo la sirena.
-A ver, déjame ver -dijo Poseidón.
Después de un rato, Poseidón le devolvió a la sirena el espejo.
-Aquí no hay nadie -dijo él.
-Que sí, hay una niña pelirroja con el cabello largo y una concha adornándolo -dijo la niña.
Poseidón miró a la sirena. Luego le dijo:
-¿Es una niña de belleza extraordinaria, con el rostro dulce, la piel clara y los ojos tristes?
-Sí, señor -dijo la sirena.
-Y cuando la miras, ¿habla mientras tú hablas y calla mientras tú callas? -preguntó Poseidón.
-¡Oh, sí! ¿Cómo sabes todo eso, gran Poseidón? -dijo la niña.
-Ven, muchacha, voy a mostrarte algo -dijo Poseidón.
Poseidón llevó a la sirena a una sala llena de espejos.
-Mira allí -dijo él-. ¿Qué ves?
-¡Es ella! -gritó la sirena-. ¡Está allí también! ¡Y allí! ¡Y allí! ¿Qué le has hecho? ¿La has atrapado para ti?
-No, pequeña, deja que te explique -dijo Poseidón-. La niña del espejo eres tú. Es tu reflejo.
-¿Mi reflejo? -preguntó la sirena.
-Sí, eso es -dijo Poseidón-. No se trata de un espejo mágico. Es solo un espejo.
-Nunca me había visto -dijo la sirena.
-Pues esa eres tú -dijo Poseidón.
-Gracias -dijo la sirena-. Ahora tengo que volver a casa. Seguro que a mis hermanas les encantará verse en el espejo.
-Buen viaje, jovencita -dijo Poseidón.
La sirena volvió a casa y compartió con sus hermanas el espejo y la historia de lo que le había ocurrido. El pececito se alegró mucho de ver a la sirena, pero no le dijo que él ya sabía lo que pasaba, pues no quería desairarla.
¡Qué feliz estaba la sirena contando su historia y compartiendo su gran tesoro!