En Villatriste ningún adulto reía ni sonreía. Cuando los habitantes de Villatriste salían a la calle se sentaban en un banco o en cualquier parte, o caminaban cabizbajos de acá para allá.
Hasta lo niños empezaban a contagiarse de tanta tristeza y apatía
-¡A, qué pena más grande! A esto hay que ponerle remedio -dijo el alcalde-.
Como nadie sabía que hacer, el alcalde contrató los servicios de un famoso curandero, famoso por curarlo todo.
Cuando el curandero llegó, lo vio claro.
-El remedio a la tristeza de está en las plumas de las palomas -sentenció el curandero-. Todo aquel que consiga una pluma de paloma quedará curara. Pero no vale una pluma caída: hay que quitársela a la paloma sin hacerle ningún daño.
-Y con eso ¿qué conseguiremos? -preguntó el alcalde-.
-Alegría, señor alcalde, alegría -respondió el curandero.
-Pero ¿qué alegría puede darle al cuerpo una pluma de paloma? -insistió el alcalde.
-Esa respuesta la tendrá que encontrar cada uno -dijo el curandero-. Llámenme para que les pase la factura cuando hayan conseguido su objetivo. Espero su llamada mañana.
Con bastante incredulidad, el alcalde comunicó a los ciudadanos lo que había dicho el curandero.
Cuando la noticia se extendió la gente empezó a preguntarse qué misterio guardarían las plumas de las palomas.
-Habrá que ir a buscar palomas -decía la gente.
Y al final del día, todo el mundo estaba feliz y contento. Nadia había conseguido coger ninguna pluma de paloma.
-¡Qué divertido es perseguir palomas, aunque se escapen siempre! -decían los vecinos.
Y así fue como los vecinos de Villatriste recuperaron la alegría. Porque a veces lo más sencillo y lo más inocente es lo que realmente nos hace sonreír.