El misterio de Manosmugrientas
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El misterio de Manosmugrientas

Edades:
A partir de 6 años
El misterio de Manosmugrientas Manosmugrientas era un gnomo que siempre tenía las manos sucias. De ahí su nombre. Sin embargo, esto era todo un misterio. ¿Cómo era posible que Manosmugrientas tuviera siempre las manos sucias, si se pasaba el día diciendo lavándoselas?

Cocopelao, el jefe de la aldea, estaba muy preocupado. Si Manosmugrientas tenía las manos así de asquerosas y se las lavaba tanto, algo tenía que suceder. ¿Habría caído una maldición sobre él? ¿Tendría una enfermedad contagiosa?

Cabía la posibilidad de que fuera un mentiroso. Pero eso no era algo que valorara Cocopelao, pues confiaba plenamente en la sinceridad de los miembros de aquella pequeña comunidad de gnomos.

Un día, llegó a la aldea un hada del bosque extraviada pidiendo cobijo para pasar la noche.

—Seas bienvenida, hada del bosque —dijo Cocopelao.

—Gracias, buen gnomo —dijo el hada—. Estoy cansada y no quiero pasar la noche al raso, a merced de mil peligros.

—Estamos encantados de acogerte —dijo Cocopelao—. Puedes quedarte todo lo que necesites. En casa de Manosmugrientas siempre hay una habitación libre.

—Yo me lavo las manos —dijo Manosmugrientas. Y se marchó.

—Y dale con ir a lavarse las manos —dijo Cocopelao—. Con este gnomo siempre es así. Le dices que necesitas algo y se va con la excusa de que tiene que lavarse las manos.

—No pasa nada —dijo el hada del bosque—. Si su nombre tiene algo que ver con él, entiendo que esté obsesionado con quitarse la mugre.

—El problema es que la mugre no se va nunca —dijo Cocopelao—. Bueno, si no te importa compartir habitación, puedes dormir con mi hija, que tiene una cama extra en su cuarto.

—Es perfecto —dijo el hada del bosque.

Entre todos decidieron celebrar una fiesta para agasajar al hada del bosque esa misma noche. El hada estaba muy contenta, porque así podría conocer a los gnomos y divertirse con ellos. Sus fiestas eran famosas en todo el bosque.

—Manosmugrientas, hay que ir a cortar leña —dijo Cocopelao.

—Yo me lavo las manos —dijo Manosmugrientas. Y se fue.

—Si quieres voy a ver lo que le pasa —dijo el hada del bosque a Cocopelao—. Entender lo que le pasa a la gente es uno de mis dones.

—Te lo agradecería mucho —dijo Cocopelao.

El hada fue a buscar a Manosmugrientas y se le encontró en su casa, lijando unos muebles. Al verlo con las manos sucias y asquerosas, le preguntó:

—¿Ya te has lavado las manos? —preguntó el hada del bosque.

—¿Yo? —dijo Manosmugrientas—. He venido a trabajar, que tengo mucho que hacer.

—¿Es que como siempre dices que te lavas las manos? —dijo el hada—. Tus vecinos están preocupados por ti.

—Cuando digo que me lavo las manos es que no quiero saber nada de lo que me dicen —dijo Manosmugrientas—. Es una expresión.

—No lo entiendo —dijo el hada del bosque.

—Yo te lo explico —dijo Manosmugrientas—. En el mundo de los humanos existió una vez un tal Jesucristo. Lo iban a juzgar y Poncio Pilatos, el gobernador, no quiso saber nada y dejó a los de su pueblo, los judíos, que se ocuparan de él y que hicieran lo que quisieran. Y justo después de desentenderse del caso, se lavó las manos.

—Vaya, no lo sabía —dijo el hada del bosque—. Me parece que a Cocopelao y a los demás vecinos no les va a gustar nada que escurras así el bulto.

—Pero es que tengo mucho que hacer —dijo Manosmugrientas.

—Tampoco les va a hacer mucha gracia saber que tus manos están así de sucias y no haces nada para llevarlas limpias —dijo el hada del bosque.

—Si es que con la lija y los barnices de los muebles siempre se me manchan —dijo Manosmugrientas—. ¿Para qué me voy a molestar en limpiarlas, si enseguida se van a manchar otra vez?

El misterio de Manosmugrientas—Pero es que tú no tienes las manos sucias, Manosmugrientas, las tienes asquerosas —dijo el hada del bosque—. Podrías tener un poco de decoro.

—Tienes razón, me las cuidaré un poco más —dijo el gnomo, avergonzado ante la evidencia.

—Y deja de escurrir el bulto también, que todos tienen cosas que hacer y no arriman el hombro igualmente —añadió el hada.

Aclaradas las cosas, Manosmugrientas dejó de escaquearse y empezó a colaborar con los demás. Y, ahora sí, se lavaba las manos con un jabón especial que le hizo el hada del bosque para que se curaran, porque las tenía llenas de grietas y llagas, de no cuidarlas bien.

—Vuelve cuando quieras, hada del bosque —le dijo Cocopelao, mientras se marchaba de la aldea.

—Volveré a visitaros, amigos —dijo el hada del bosque.

Y así fue como Manosmugrientas dejó de tener las manos mugrientas y empezó a colaborar en las tareas de la aldea. Ahora todos están felices, por partida doble. Porque comprobar que su vecino, el de las manos sucias, no tenía ninguna enfermedad contagiosa y no había sido objeto de maldición alguna, fue un gran alivio. Comprobar que era un cochino no tanto, pero al menos ya le han puesto remedio.
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