El misterio del señor Braulio
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El misterio del señor Braulio

El misterio del señor Braulio Darío iba caminando por el parque, como todos los días. Acaban de terminar las clases y volvía a casa del colegio. Todos los días el paseo era exactamente igual. La misma gente, las mismas cosas. Incluso parecía que las palomas del parque que se paseaban por allí eran siempre las mismas.

Pero eso día ocurrió algo diferente. Junto a uno de los bancos del parque Darío encontró una billetera. Darío miró a su alrededor, pero no había nadie cerca. Tampoco había visto a nadie levantarse del banco.

Darío decidió recoger la cartera y mirar dentro, a ver si había algún dato del propietario. Pero no había nada. Solo unos cuantos billetes y una pegatina en la que decía: Propiedad del señor Braulio.

Darío no sabía quién era el señor Braulio. En todo caso, cogió la cartera y se la llevó. Ya pensaría qué hacer con ella.

Al día siguiente, en el mismo banco, Darío volvió a ver algo. Esta vez era un portafolios. En él solo había un sobre con billetes y una pegatina que decía: Propiedad del señor Braulio. Darío se llevó el portafolios. Tendría que pensar algo.

Así fueron pasando los días y Darío seguían encontrando cosas en el mismo banco. Y siempre había dentro algo de dinero y la misma pegatina.

Darío quería encontrar al señor Braulio, pero ¿cómo? Sin más datos que un nombre era complicado. Entonces cayó en la cuenta de que Braulio no era precisamente un nombre muy corriente. Así que empezó a preguntar a la gente si conocían a alguien con ese nombre. Tardó unos días en dar con una persona que conocía a alguien con ese nombre. No tenía una dirección, pero sí pudo darle alguna pista de dónde encontrarlo.

Tras seguir la pista y otras que fue obteniendo, Darío dio el señor Braulio. El muchacho esperaba encontrarse con un señor bastante mayor. En cambio el señor que le abrió la puerta no parecía tener más de cuarenta años.

-¿Es usted el señor Braulio? -preguntó Darío.

-Sí, soy yo -dijo el señor-. Y tú, ¿quién eres? ¿Quieres pasar?

-No, señor, no entro en la casa de la gente que no conozco. De hecho, si fuera tan amable, preferiría que habláramos en otra parte.

-Muy bien, vamos a la cafetería que hay allí enfrente.

Ya en la cafetería, el niño le dijo:

- Me llamó Darío. He encontrado unas cosas que tal vez le pertenezcan.

Darío le dio cuenta de todo lo que tenía. El señor Braulio confirmó que había perdido todo eso, pero Darío le pidió algunos datos, detalles de los objetos que había recogido, datos que no le había dado para confirmar que todo aquello era suyo. Cuando confirmó que todo era verdad se lo devolvió.

-¡Vaya! -exclamó el señor Braulio-. Si está todo, incluso el dinero. ¿Por qué no te lo has quedado?

-El misterio del señor BraulioPorque no era mío -dijo Darío.

-Pues muchas gracias, chaval -dijo el señor Braulio-. Verás, he repartido cosas de estas por toda la ciudad. Llevo meses haciéndolo. Y la única persona que me ha devuelto las cosas has sido tú.

El señor Braulio le contó a Darío que era periodista, que había puesto cámaras y que había grabado lo que hacía la gente que encontraba sus cosas, como parte de un reportaje que estaba preparando.

-Quería demostrar que todavía hay gente honesta -le dijo finalmente.

-Pero ha perdido usted mucho dinero en el intento -dijo Darío.

-En realidad no -dijo el señor Braulio-. Todo el dinero era falso. Todos los que se han quedado con él se van a llevar un buen chasco. En cambio, tú sí que te mereces una recompensa.

-No es necesario, señor Braulio -dijo Darío.

-Al menos déjame que te invite a merendar.

-Eso me parece perfecto. Gracias, señor Braulio.
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