En el corazón de Bosque Encantado habÃa una pequeña comunidad de hadas que recogÃa y empaquetaba el polvo mágico que crecÃa en los árboles, dentro de pequeñas cápsulas con forma de manzana. Con la ayuda de cientos de pajaritos, el polvo de hadas llegaba desde allà a todos los rincones del reino donde habÃa hadas que lo necesitaban.
Pero un dÃa, todo el polvo de hadas que estaba preparado para enviar, desapareció. Tampoco quedaba nada de polvo en los almacenes de las hadas.
—Los pajaritos se encargarán de buscarlo, chicas —dijo Eleonor, el hada que dirigÃa el trabajo—. Nosotras seguiremos sacando y preparando el polvo de hadas.
Pero cuando subieron a los árboles a buscar las cápsulas de las que salÃa el polvo, las hadas vieron que no quedaba ni una.
—¡Oh, no! ¿Qué haremos ahora? —dijo Eleonor—. Con el polvo que cada una de nosotras lleva encima no aguantaremos ni una semana.
—Tranquilla, yo os ayudaré —dijo Plumillo, el búho.
—¿Cómo vas a ayudarnos tú, Plumillo, si te pasas el dÃa dormido? —preguntó Eleonor.
—Soy un búho nocturno y veo muy bien por la noche —dijo Plumillo.
—Pues poco viste al ladrón anoche —dijo Eleanor.
—Estaba a lo mÃo, Eleonor —dijo Plumillo—. Pero puedo ayudar. Esta misma noche empezaré a buscar el rastro del polvo.
—¿Por qué no empiezas ahora? —preguntó Eleanor.
—Porque ahora no veo bien, hay demasiada luz para mà —dijo Plumillo.
En cuanto empezó a caer el sol, Plumillo empezó a buscar.
—¡IncreÃble! —dijo Plumilllo—. El ladrón ha dejado un rastro muy claro.
—No vemos el polvo —dijo Eleanor.
—Es que no se la ha caÃdo —dijo Plumillo—. ¡Lo ha usado para alimentar un hechizo y esconderse y que no le viera nadie!
—¿Puedes ver eso? —preguntó Eleanor.
—Claro, tengo una vista muy aguda —dijo Plumillo—. Cuando vosotras usáis el polvo dejáis un rastro. Puedo incluso adivinar quien utiliza el polvo en cada momento.
—Entonces, ¿sabes quién la ladrona o el ladrón? —preguntó Eleonor.
—Sé que no ha sido nadie que viva en este bosque —contestó Plumillo—. Pero voy a seguir el rastro, a ver a dónde me lleva. Podéis venir conmigo, pero sin hacer ruido.
El rastro llevó a Plumillo a una cueva, en lo alto de una montaña. Allà vivÃa un brujo al que Plumillo conoció en el pasado y del que hacÃa mucho tiempo que no sabÃa nada.
—TenÃa que haberlo imaginado —le dijo el búho a las hadas—. Este es el brujo Máledor, un ser muy malvado que sobrevive robando polvo de hadas.
—Entraremos y recuperaremos nuestro polvo —dijo Eleonor.
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€”No, es muy peligroso —dijo Plumillo—. Hay que distraerlo. Entraré a saludarle. Cuando se despiste, cogéis todo el polvo que podáis y os vais.
—No, usaremos el polvo para detenerlo —dijo Eleonor—. Si nos vamos, se irá a molestar a otras hadas. Y eso no puede ser.
Después de recuperar el polvo y detener al brujo Máledor, las hadas le pidieron al búho Plumillo que fuera su guardia de seguridad.
El bújo Plumillo aceptó y, desde entonces, nadie se ha atrevido jamás a intentar robar polvo de hadas.
Desde una jaula, el brujo Máledor contempla con angustia cómo el polvo pasa delante de él sin poder cogerlo.
Tras el juicio, las hadas le condenaron a permanecer encerrado hasta que pidiera perdón y prometiera no volver a robar. Por el brujo Máledor es demasiado orgulloso y todavÃa no se ha arrepentido. Tal vez algún dÃa se dé cuenta de que podrÃa disfrutar del polvo de hadas simplemente pidiendo un poco.