Había una vez una vez un mono que vivía solo en una jaula en un pequeño zoo al que apenas iba nadie. El pobre mono estaba triste y aburrido, porque no tenía con quien jugar y apenas tenía visitas.
Como se aburría tanto, el mono se dedicó a abrir un agujero en una de las paredes de la jaula. Cuando por fin consiguió ver el otro lado, el mono se coló por el agujero y fue por todas las jaulas del zoo buscando alguien con quien jugar.
Primero se acercó a las cebras:
- Señora cebra, ¿quieres usted jugar conmigo?
- Sí, monito, jugaré contigo.
El mono se subió encima de la cebra y empezó a saltar encima de ella y a gritar como un loco. Esto a la cebra no le hizo mucha gracia
- ¡Basta! - gritó la cebra -. Vete a hacer el mono a otra parte.
El mono, muy triste, se marchó a su jaula. Al día siguiente se escapó por su agujero y fue a ver al elefante. Pero pasó lo mismo. Cuando aceptó jugar con él, el mono se puso a hacer monadas, y el elefante lo echó por pesado.
Y lo mismo ocurrió con la jirafa, con el pingüino, y con el hipopótamo. El mono estaba cada vez más triste.
Pero un día se le ocurrió que podría colarse en la jaula del tigre. Y eso hizo.
- ¿Quieres jugar conmigo, tigre? - le preguntó el mono, sin darse cuenta de que al tigre se le hacía la boca agua al mirarle.
- ¡Por supuesto! - le dijo el tigre -. ¿Qué te parece si jugamos al pilla-pilla?
- ¡Vale! - dijo el mono -. ¡Tú la llevas!
El tigre se abalanzó sobre el mono para intentar comérselo. Afortunadamente, el mono pudo escaparse a tiempo y huyó asustado a su jaula.
Al día siguiente, estaba el monito muy triste en su jaula cuando llegó su cuidador a traerle la comida.
- ¡Ey, monito! ¿Qué te pasa? Tienes mala cara… Anda toma un plátano.
Pero el mono estaba tan metido en sus pensamientos que no le hizo ni caso. Esto dejó muy preocupado a su cuidador, quien cogió otro plátano y se lo volvió a lanzar. Pero nada.
Pero el cuidador no se dio por vencido. Así que se metió en la jaula y se sentó a su lado. Empezó a juguetear con varios plátanos y a hacer malabares con ellos. Al final el mono prestó atención y se empezó a reír mucho.
El mono cogió los plátanos e intentó imitarle y, aunque no podía, era muy gracioso verlo intentándolo.
El cuidador y el mono se lo pasaron muy bien juntos. Cuando finalmente el cuidador se tuvo que ir le dijo al mono:
- Mañana volveré y jugaremos otra vez. ¿Te parece bien?
El mono contestó con unas risas y unos golpes en el pecho para hacerle entender que le parecía bien. Y se quedó muy contento. Cuando por fin se fue el cuidador, se dijo:
- ¡Qué despistado soy! He tenido siempre a un amigo muy cerca y nunca le he hecho caso. He pasado tanto tiempo haciendo el agujero para escapar que ni me había dado cuenta de que había alguien que me visitaba todos los días.
Desde entonces, el mono y su cuidador juegan un rato todos los días. El mono es muy feliz y su cuidador también, porque es el único animal de todo el zoo que quiere jugar con él.