Había una vez un niño, de nombre Naim, que quería llevar a su perra Luda a la escuela para que aprendiera a leer. La maestra le dijo que al colegio no podían ir animales y le dijo que si quería que la perrita aprendiera a leer tendría que enseñarle él mismo.
Naím decidió que así lo haría y, cuando llegaba del colegio, se sentaba con Luda y le enseñaba a leer. Pero la perrita no tenía ganas de sentarse a ver libros. Lo que le apetecía era salir a correr al parque detrás de la pelota o ir al campo a enterrar huesos y coger palos.
Naím estaba cada día más triste porque Luda no quería leer con él y le estropeaba los libros cuando se los enseñaba. Y Luda cada día se mostraba más nerviosa porque apenas salía a correr.
Un día la maestra le preguntó a Naím por qué estaba tan triste y de tan mal humor. Naím le contestó:
- Luda no quiere aprender a leer, sólo quiere salir a la calle a jugar.
- Pero Naím, eso es normal -dijo la maestra -. A los perros les gusta correr y jugar. La lectura es para las personas.
- Pero señorita Lucía -dijo uno de los niños dirigiéndose a la maestra -, a mí también me gusta jugar y correr, y no soy un perro.
Toda la clase estalló en una carcajada. Incluso Naím se echó a reír.
- Tienes razón, Alfonso -dijo la maestra cuando todos se calmaron-. A lo mejor si Naím saliera a jugar y a correr con Luda la perrita tendría más interés por aprender a leer.
Naím aceptó la propuesta de su maestra, y empezó a sacar a Luda a jugar todos los días. La perrita estaba encantada. Le gustaba mucho salir al parque por las tardes e ir al campo los fines de semana.
Naím estaba cada día más contento, aunque no se sentía del todo satisfecho porque Luda seguía sin interesarse por la lectura.
Una tarde en el parque a Naím se le ocurrió por casualidad que podría intentar enseñar a Luda a leer mientras jugaban a lanzar y recoger la pelota. El niño cogió dos pelotas, una roja y otra blanca. Primero lanzaba la roja y le decía: "Luda, trae la pelota roja". Luego le lanzaba la blanca y le decía: "Luda, trae la pelota blanca". Después le lanzaba las dos y le pedía que recogiera solo una de ellas, y así hasta que Luda aprendió a diferenciar los dos colores.
Cuando Luda aprendió esto, Naím escribió en la pelota roja la letra A y en la blanca la letra E. Le enseñó varias veces las pelotas, asociando el color con cada letra. Y empezó de nuevo. Le lanzaba la pelota roja y le decía: "Luda, trae la letra A". Y luego le lanzaba la blanca: "Luda, trae la letra E".
Durante muchos días, Naím jugó con Luda a este juego, utilizando pelotas de diferentes colores y tamaños y ambos lo pasaron muy bien.
Naím no consiguió que Luda aprendiera a leer como las personas, pero aprendió a aceptar que sus deseos e intereses no son más importantes que los de los demás, y que preocupándose por lo que quieren los otros se pueden encontrar soluciones divertidas para todos.