Había una vez un árbol muy grande y frondoso que vivía en un jardín. Pero en este árbol no había nidos ni se posaban los pájaros a cantar, ni tampoco se acercaban los niños a jugar en él o a sentarse bajo sus ramas para estar a la sombra. Ni siquiera las flores querían crecer cerca de él. Y todo porque aquel árbol era muy gruñón.
Un día, el dueño del jardín decidió que ya era hora de cortar aquel árbol que no servía para nada. Ni se podía aprovechar su sombra, ni se podían plantar flores cerca, ni había pajaritos que cantaran para alegrar el jardín. Así que llamó al jardinero para que cortara el árbol.
- Su madera me será mucho más útil - pensó el dueño del jardín -. Al menos me servirá para avivar la chimenea en invierno.
El árbol gruñón se asustó mucho cuando vio venir al jardinero con la motosierra, dispuesto a acabar con él y empezó a gruñir todo lo fuerte que pudo.
Pero justo cuando el jardinero iba a empezar a cortar el árbol, llegaron los niños que solían jugar cerca de él y le pidieron que parase.
- Déjalo, por favor no lo cortes. No queremos que se lleven este árbol de aquí.
- Pero si no sirve para nada
- A nosotros nos gusta verlo aquí, aunque a él no le guste que nos acerquemos - dijo el mayor de los niños del grupo.
- ¿Qué está pasando aquí? - dijo el dueño del jardín.
- No queremos quedarnos sin el árbol - dijo otro de los niños -. Seguro que si le da otra oportunidad al árbol nos dejará jugar con él a partir de ahora.
- Bueno, dejaremos que el árbol se quede - dijo el dueño del jardín -. Pero si en unas semanas no han crecido las flores cerca y los pájaros no han hecho sus nidos en él lo mandaré cortar.
Los niños decidieron ayudar al árbol y plantaron flores a su lado. También hicieron casitas para pájaros y nidos para animarlos a quedarse allí.
Poco a poco, la vida alrededor del árbol se fue haciendo cada vez más alegre. Todo iba bien hasta que un día un niño se apoyó en su tronco y el árbol.. ¡gruñó de nuevo! Todos se apartaron asustados, hasta que el pequeño tuvo una idea:
- A ver, árbol, si estás enfadado gruñe una vez, si estás contento, gruñe dos veces.
El árbol gruñó dos veces. Todos los niños estaban sorprendidos con aquel descubrimiento.
- Si te gusta que estemos aquí gruñe una vez, y si no, gruñe dos veces.
Y el árbol gruñó una sola vez.
- Vaya...parece que no habíamos entendido lo que el árbol nos quería decir- dijo el dueño del jardín, que lo había visto todo desde la ventana.
Desde entonces hay siempre mucha actividad alrededor del árbol, que no ha vuelto a decir nada para que no se vayan los pájaros ni dejen de crecer las flores. Aunque de vez en cuando emite su curioso gruñido como forma de decir a los niños lo mucho que le gusta que jueguen con él.