Había una vez un pájaro que no quería volar porque le daba miedo. El pajarito se desplazaba dando saltos de rama y rama, incluso por el suelo. Y, cuando tenía que subir de nuevo a su nido, se las ingeniaba para trepar por el tronco del árbol, con sus pequeñas patas y su afilado pico.
Los demás pajaritos lo miraban con desdén y se reían de él, dedicándole toda clase de insultos y humillaciones.
—¡Miedoso!
—¡Cobardica!
—¡Inútil!
Cerca del nido de aquel pajarito vivía una ardilla. A ella le molestaba a los demás pájaros decir esas cosas tan feas de su pequeño vecino.
—¡Ya os gustaría a vosotros ser tan listos y tan avispados como lo es él! —les gritaba la ardilla.
Y es que, hay que reconocerlo, a pesar de no volar, aquel pajarito se las había ingeniado muy bien durante toda su vida y había sido capaz, no solo de alimentarse, sino también de sobrevivir.
A pesar de todo, el pajarito no había renunciado a volar. Y todos los días lo intentaba. Pero tenía tanto miedo que nunca lo hacía bien. Y más de una vez se había caído o se había hecho daño.
Como la ardilla apreciaba y admiraba a su amigo alado tomó la decisión de echarle una mano. Y decidió hacerlo ayudando al pajarito a usar su instinto.
—Si te lo pensaras tanto ya estarías volando —le decía la ardilla al pajarito todos los días.
—Pero no puedo dejar de pensar —respondía el pajarito.
La ardilla tardó unos días en diseñar su plan. El día que lo tuvo todo listo pasó a la acción.
Era una preciosa mañana de primavera. La ardilla había convencido a otros animalillos para que la ayudaran y así conseguir que todo pareciera real.
El pajarillo se acaba de despertar cuando oyó gritar a la ardilla.
—¡Socorro! ¡Socorro!
El pajarillo dio un respingo del nido. La ardilla estaba un par de ramas más arriba. A ella no le pasaba nada. Pero un animal parecido a un gato se acercaba por la rama hacia el nido.
—¡No tienes escapatoria! —le decía el animal.
Pero sí la tenía. Sin tiempo de pensar el pájaro se tiró del nido, abrió las alas y empezó a volar.
—¡Lo has conseguido! —gritó la ardilla y todos los que la habían ayudado.
Cuando el pajarito volvió al nido descubrió que aquella especie de gato no eran más que unos ratoncitos disfrazados con unas has secas y unas pieles.
—Gracias, amiga —dijo el pajarito.
Y, desde entonces, el pajarito ya volar. Y todos los demás pájaros le han pedido perdón por ser tan groseros con él. Pero el pajarito está tan contento que no tiene tiempo ni para enfadarse. Prefiere surcar los cielos con sus compañeros y disfrutar de su recién recuperado don.