Había una vez un perro callejero al que nadie quería. El pobre perro vagaba de acá para allá, buscando comida y un refugio para dormir o protegerse del frío y la lluvia.
Se llamaba Cho. Eso ponía en su collar. Y no era un perro abandonado, sino un pobre animal que había huido porque sus dueño lo trataban muy mal.
Un día, mientras dormía bajo unos cartones, el perro callejero vio a una niña que salía corriendo sola hacia la carretera. Quiso salir corriendo para detenerla, pero no había tiempo. Sabía que era peligroso, pero lo intentó, y mirando fijamente a la niña, lanzó un rayo cegador que atrapó a la pequeña y la sujetó en el aire mientras el coche pasaba y frenaba 20 metros más adelante.
Nadie pudo creer lo que había pasado. De repente, todas las miradas se clavaron en el perro.
- ¡Cogedlo! -gritó alguien.
- ¡No, otra vez no! -pensó Cho, que tuvo que salir corriendo para que no le pillaran.
Cho consiguió esconderse. Pero cuando estaba a salvo, el perro escuchó a la niña llorar. Con las prisas de coger al perro, la habían dejado sola y estaba asustada.
Cho, sigilosamente, se acercó a la niña y se acurrucó junto a ella.
- No te preocupes, yo cuidaré de ti -le dijo Cho a la pequeña.
- Además de hacer magia, ¿también hablas? -dijo la niña.
- Sí, soy un perro mágico, y me llamo Cho, pero no se lo digas a nadie.
- Claro. Será nuestro secreto. - dijo la pequeña sonriendo.
Cho acompañó a la niña hasta su casa y por el camino le explicó que vivía en la calle porque sus anteriores dueños solo lo querían por sus poderes y le habían obligado a hacer cosas malas.
-
Puedes quedarte conmigo Cho. Yo te cuidaré bien, y no te dejaré que nadie te haga daño -dijo la niña.
En ese momento los papás de la niña, que lo habían oído todo,la oyeron llegar y abrieron la puerta.
- Estamos en deuda contigo, amigo Cho -dijo el papá-. No solo has salvado a nuestra hija, sino que también has cuidado de ella.
- Puedes quedarte con nosotros. No te pasará nada -dijo la mamá-. Eres bueno, y eso vale más que toda la magia del mundo.
Y así fue como Cho encontró una nueva familia que le apreciaba y lo valoraba por lo que era, y no por lo que podía hacer con su magia.