HabÃa una vez un perro que guardaba una gran finca en la que crecÃan árboles, flores y plantas de todo tipo. Todo iba bien hasta que en la tierra empezaron a aparecer agujeros.
El perro no sabÃa qué pasaba. Inquieto por si le regañaban a él por los agujeros, el animal empezó a olfatear en busca del culpable. Y asà fue como, en una de esas, pilló a un topo asomando la cabeza por uno de los agujeros.
—¡Te pillé! —dijo el perro, mientras los cogÃa con cuidado entre sus dientes y lo sacaba de allÃ.
—¡Suéltame, chucho! —dijo el tipo.
El perro lo soltó y, muy indignado, le dijo:
—¿A quién llamas tú chucho, pequeño saboteador? ¿Es que no ves cómo lo has dejado todo?
—Soy un topo, y esto es lo que hago —contestó el pequeño mamÃfero.
—Pues tendrás que irte a otra parte si no quieres que los dueños de estas tierras acaben contigo —dijo el perro.
—Hagamos un trato —dijo el topo—. Si me ganas en una carrera de un lado a otro de la finca me iré sin rechistar.
El perro se rio con ganas. Cuando acabó, le dijo al topo:
—Está bien, pero llevas las de perder, y lo sabes.
El topo dijo:
—Seguramente, pero es que no me gusta irme de los lugares que me gustan asà como asÃ. Mañana a primera hora nos vemos.
Durante el resto del dÃa el topo buscó a otros topos que también estaban en la finca.
—Si nos organizamos venceremos al perro y ni se dará cuenta —les dijo a los demás. Y eso hicieron.
Al dÃa siguiente, el topo le dijo al perro:
Yo iré bajo tierra, porque no veo muy bien y a plena luz del dÃa me desoriento. Pero me asomaré cada poco por los agujeros que he ido haciendo para que me veas.
El perro intuyó algo raro y le dijo
—Esto no será posible, topo, porque tendré que correr mirando hacia atrás. ¿O es que de verdad crees que irás tan deprisa como para salir delante de mà en los agujeros?
—Nombra a un árbitro que vigile entonces —dijo el tipo.
El topo fue a buscar al caballo y este aceptó ser el árbitro de la carrera.
El caballo dijo:
—Preparados, listos… ¡ya!
El perro empezó a correr como si le fuera la vida en ello. Pero al poco vio asomar la cabeza del topo por delante de él.
Sin entender cómo lo habÃa hecho, el perro corrió aún más rápido. Pero no tardó mucho en ver la cabeza del topo en el agujero que tenÃa justo frente a él.
Y asÃ, agujero tras agujero, el perro siempre veÃa al topo antes de llegar. Y, cuando llegó al final, junto en ese mismo momento, salió el topo.
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€”¡Empate! —dijo el caballo.
—¿Cómo es posible? —preguntó el perro.
El tipo silbó y otros seis topos salieron por el agujero.
¿Me has engañado? —dijo el perro—. Cada vez que iba a llegar a un agujero salÃa un topo diferente.
—Ha sido un jugo divertido —dijo el topo—. Espero que te haya servido de lección para no ser tan arrogante y presuntuoso la próxima vez.
Los topos se despidieron del perro y del caballo y se buscaron otro lugar donde hacer sus túneles. Allà ya los habÃan descubierto y era muy peligroso continuar en esas tierras.
El perro aprendió la lección y nunca más volvió a despreciar a nadie por parecer más débil o más pequeño porque, como bien pudo comprobar, en muchas ocasiones basta con ser más listo. Y, al contrario que la estupidez, que se ve a la legua, la inteligencia puede pasar desapercibida.