El príncipe que quiso cambiar de nombre
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El príncipe que quiso cambiar de nombre

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El príncipe que quiso cambiar de nombre Al príncipe Ludovico no le gustaba su nombre. Lo encontraba anticuado y señorial, y no le pegaba nada con su aspecto. Aunque Ludovico era todavía un niño, era un muchacho apuesto y atlético, y con mucho don de gentes. Era simpático, trabajador, perseverante clemente y además de un gran guerrero destinado a ser el mejor capitán que los ejércitos de su padre, el rey, habían tenido más.

Pero su nombre…. ¡qué poco le gustaba a Ludovico su nombre!

Por eso un día decidió que quería cambiarlo, y partió con su séquito a las Montañas Borrosas, el inhóspito lugar en el que vivían los Dadores de Nombres, unos duendes que tenían la misión de dar a cada bebé su nombre al nacer.

El camino hasta las Montañas Borrosas fue duro. Ludovico y su séquito tuvieron que luchar contra todo tipo de maleantes y bandidos, contra animales salvajes y contra seres mágicos.

En una de sus trifulcas, Ludovico tuvo que enfrentarse personalmente a un ogro con cinco ojos para salvar a una joven muchacha que estaba a punto de ser encerrada en una jaula, como si fuera un canario.

- Gracias, genil hombre -dijo la muchacha-. ¿Qué hacéis por estos parajes?
- Voy camino de las Montañas Borrosas para cambiar mi nombre -respondió-. Acompáñame y te llevaré de vuelta a casa cuando regrese.

La muchacha aceptó encantada, aunque no le preguntó su nombre por miedo a parecer desagradable. Durante los días que duró el viaje, Ludovico y la joven charlaron como si se conocieran de toda la vida.

Cuando por fin llegaron a las Montañas Borrosas, Ludovico se presentó antes los Dadores de Nombres.

- Señores, vengo a cambiar mi nombre -dijo con voz firme el príncipe.
- ¿Cómo te llamas? -preguntaron los duendes.
- Ludovico -respondió el príncipe.
- ¿Ludovico? -preguntó la joven-. ¿De verdad te llamas Ludovico? ¡Qué nombre tan bonito!

En aquel instante al príncipe le pareció que su nombre, por primera vez, había sonado hermoso, en labios de aquella preciosa muchacha.
- ¿Por qué dices eso? -preguntó el príncipe, inseguro por primera vez en su vida.
- Ludovico significa guerrero famoso. Ese nombre lo han llevado grandes líderes en la historia -dijo ella.

Ludovico no supo qué decir. Así que la muchacha continuó hablando.

- Dicen que quien lleva ese nombre es una persona simpática, amable, segura de sí misma, culta y distinguida.
- Pero es un nombre feo -acertó a decir el príncipe.
- Es tu nombre, y es perfecto para ti. -dijo ella, un poco sonrojada-. ¿Qué sería de ti sin tu nombre? ¿Quién serías?

LEl príncipe que quiso cambiar de nombreudovico entendió entonces que una persona es mucho más que su nombre, y si aquella muchacha había conseguido mirar más allá, todos los demás podrían.

- Vaya, parece que hecho el viaje en balde... -dijo el príncipe.

Los duendes decidieron intervenir:
- Tu largo viaje te ha servido para descubrir que te otorgamos un gran nombre.

Ludovico, la joven muchacha y todo el séquito que les acompañaba regresaron a casa.

- Por cierto, ¿cómo te llamas? -preguntó el príncipe a la joven.
- Ludovica -dijo ella.

Si todavía le quedaba al príncipe alguna duda sobre si su nombre era bonito o no, se esfumó en ese instante.
- Ludovica -repitió, embobado.

Ludovico y Ludovica ya no se separaron jamás. Tuvieron un hijo y una hija, a los que también llamaron Ludovico y Ludovica. Estos, a su vez, hicieron lo mismo con sus hijos, y estos lo mismo con los suyos, y así fue por siempre jamás.
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