En las afueras de la gran ciudad existía un pequeño pueblo llamado Villachatura. En Villachatura nunca pasaba nada interesante, todo era monótono y aburrido. Los habitantes de Villachatura seguían siempre las mismas rutinas, nunca sucedía nada interesante ni emocionante allí, bueno, al menos casi nunca.
Por motivos de trabajo a Antonio le tocaba ir a Villachatura. Y por la fama que tenía el pueblo, Antonio se sentía muy frustrado. Sería un suplicio estar una semana en Villachatura. Pero no tenía alternativa, así que Antonio se subió a su coche y comenzó a conducir. Cuatro horas lo separaban de aquel pueblo.
A mitad de camino, Antonio se detuvo a cargar gasolina y comprar algo para comer.
—¿Hacia dónde te diriges? —preguntó el dependiente de la gasolinería, para entablar algo de conversación.
—A Villachatura, ni me lo recuerdes —respondió Antonio de mala gana.
—Has tenido suerte, vas en una semana muy especial.
—¿Especial? Todo el mundo sabe que Villachatura es el pueblo más aburrido de todo el continente-
—Todos quienes nunca han ido por allí en estas fechas —respondió misteriosamente el hombre de la estación.
—Bueno, ¿pero ¿qué pasa? Dime más —indago Antonio ansioso.
—No hace falta, ya te habrás de enterar.
Tras decir esas palabras, el dependiente de la estación se alejó de Antonio, y este se sintió sumamente curioso y a la vez enojado porque el hombre no quiso darle más información.
Así que Antonio se subió a su coche y siguió su viaje.
Una vez en Villachatura, Antonio fue al hotel que tenía asignado. Y como se esperaba, todo era extremadamente aburrido, las decoraciones, las personas, las comidas. Todo era monótono y sin gracia.
Hasta el tercer día de su estadía todo fue absolutamente igual de tedioso. Pero al medio día de esa tercera jornada algo diferente. El cielo se puso completamente negro, se oyeron estrepitosos truenos y una copiosa y constante lluvia comenzó.
Todas las personas corrieron al exterior, y a medida que la lluvia los tocaba se convertían en niños. Antonio, que por curiosidad salió a ver lo que sucedía, también fue alcanzado por la lluvia y se transformó en niño.
La lluvia se detuvo al cabo de unos minutos y salió el sol, así todos los ahora niños, comenzaron a jugar entre ellos y divertirse a lo grande. Todo eran risas y juegos, bromas y diversión. Antonio se la paso a lo grande divirtiéndose con los “niños” de Villachatura.
Pero al comenzar a ponerse el sol, Antonio vio como los “niños” se entristecían.
—¿Qué es todo esto? —pregunto Antonio al niño que tenía cerca.
—Se termina el hechizo, ¿tú no eres de aquí cierto?
—No, solo estoy de paso.
—Bueno, esto solo sucede una vez al año. Hace mucho tiempo atrás un mago visito el pueblo, y como vio lo tristes y aburridos que aquí siempre estamos nos regaló esta lluvia. Una vez al año nos convertimos todos en niños, nos divertimos como nunca y recuperamos nuestra alegría, al menos por un día.
Mientras el niño hablaba, el cielo iba oscureciéndose y tanto ese niño como Antonio volvían poco a poco a recuperar su forma de adulto.
—Es muy bonito lo que me cuentas —respondió Antonio—. Pero no hace falta este hechizo para poder divertirse-
—Entre tantas responsabilidades y tareas no tenemos tiempo ni ánimos para eso —contestó desanimado el ahora adulto.
—Claro que sí, las responsabilidades son muy importantes, pero también lo es divertirse. Todas las tareas pueden hacerse mejor si estamos alegres y tenemos buen ánimo.
Antonio incitó al hombre a continuar jugando como lo estaban haciendo hasta hace unos pocos minutos, cuando tenían cuerpo de niño. Al principio el hombre se mostraba reacio, pero poco a poco fue uniéndose nuevamente al juego con Antonio.
Los otros vecinos de Villachatura, que miraban de afuera la situación, comenzaron a unirse al juego de Antonio tímidamente, hasta que finalmente estaban jugando y divirtiéndose como los niños que habían sido hasta hace unos instantes.
Al día siguiente todo fue diferente en Villachatura. Los habitantes siguieron con sus tareas habituales, pero las hacían con alegría. Por las tardes todos dedicaban un tiempo a jugar, divertirse y relajarse como más les gustaba.
Antonio ya debía volver a su hogar, él jamás olvidaría Villachatura, y sus habitantes tampoco lo olvidarían a él, ya que les había enseñado la importancia de mantener vivo a nuestro niño interior, incluso siendo adultos. A partir de ese día no volvió a darse esa especial lluvia, porque los habitantes de Villachatura habían aprendido que no hacía falta ningún hechizo para ser felices.