El secreto del lago congelado
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El secreto del lago congelado

El secreto del lago congelado En lo más profundo de un bosque cubierto de nieve, Amanda y Richi escuchaban atentos las historias del anciano Martín, conocido como el Guardián del Lago. Rodeados del calor de la chimenea y de un buen plato de sopa caliente, Martín les contó la leyenda del lago secreto:

—Cada cien años, en la noche más fría del invierno, el lago se congela bajo la luz de la luna llena. Dicen que quienes patinan sobre su hielo pueden ganar poderes mágicos, siempre y cuando superen las pruebas que guarda.


Amanda, con los ojos brillantes, preguntó:
—¿Qué tipo de poderes?

Martín sonrió misteriosamente.

—Eso solo lo saben los valientes que lo han intentado.

Richi bufó.

—Es solo un cuento para asustar a los niños. Seguro que ese lago ni siquiera existe.

Esa misma noche, cuando todos dormían, Amanda despertó a su hermano.

—Richi, vamos al lago. ¿Y si Martín tiene razón?

Richi se rio.

—Esto será divertido. Vamos, pero si no encontramos nada, serás tú quien cargue mis patines de vuelta.

Los dos se abrigaron bien, agarraron sus patines y siguieron el camino que Martín había descrito. El bosque estaba iluminado por la luz plateada de la luna llena, y el aire era tan frío que su aliento formaba nubecillas en el aire.

Después de caminar un buen rato, llegaron a un claro donde un lago brillaba bajo la luz de la luna. El hielo parecía un espejo, reflejando las estrellas y los árboles. Amanda jadeó.

—¡Es real!

Richi, algo sorprendido pero demasiado orgulloso para admitirlo, dijo:

—Bueno, vamos a patinar.

Ambos se pusieron los patines y comenzaron a deslizarse. Al principio, todo parecía normal, pero pronto el hielo empezó a brillar más intensamente. Una suave melodía llenó el aire, como si el lago estuviera cantando.

De repente, Richi se detuvo.

—Esto es extraño…

Antes de que pudiera decir más, un vórtice de luz azul apareció bajo sus pies, y los dos hermanos fueron absorbidos por el hielo.

Cayeron suavemente en un túnel de cristal brillante, donde una voz profunda resonó:

—Bienvenidos al desafío del lago. Para ganar sus poderes, deben trabajar juntos y demostrar su valentía.

Amanda y Richi se miraron.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Amanda, nerviosa pero emocionada.

El túnel se iluminó, revelando tres caminos diferentes. La voz les dio una pista:

—Uno lleva a la salida, otro a un tesoro, y el tercero, a un peligro.

Amanda quiso pensar con cuidado, pero Richi, impaciente, señaló el camino del medio.

—¡Vamos por aquí! Siempre hay algo bueno en el centro.

—Espera… —dijo Amanda, pero Richi ya estaba avanzando.

El camino del medio los llevó a una sala llena de espejos de hielo. Cada espejo reflejaba sus peores miedos. Amanda vio su reflejo atrapado bajo el hielo, mientras Richi vio un enorme lobo que lo perseguía.

—¡Es solo un truco! —gritó Amanda, agarrando la mano de su hermano—. No tengas miedo, Richi, ¡son solo ilusiones!

Richi apretó los dientes y asintió. Los dos cerraron los ojos y atravesaron la sala, ignorando las imágenes hasta que el hielo dejó de brillar y el camino se abrió de nuevo.

El secreto del lago congeladoLa siguiente prueba fue más difícil: un puente de hielo colgaba sobre un vacío oscuro, y para cruzarlo, tenían que equilibrarse juntos. Amanda se adelantó, pero Richi, más pesado, rompió parte del hielo.

—¡Espera! —gritó él—. No puedo hacerlo.

Amanda regresó, y juntos encontraron la manera de equilibrar sus pasos para llegar al otro lado.

Cuando finalmente alcanzaron la última sala, la voz profunda volvió a hablar:

—Han demostrado valentía, ingenio y, lo más importante, confianza mutua. El verdadero poder no es magia, sino la fuerza que encuentran en su interior.

Un rayo de luz los envolvió, y, al parpadear, estaban de nuevo en el lago. Pero algo había cambiado. Cuando Richi trató de burlarse, sintió una calma especial en su pecho. Y Amanda, que solía ser más insegura, se sintió más fuerte que nunca.

Volvieron a casa con una sonrisa y un secreto compartido, sabiendo que, aunque no habían ganado poderes mágicos, sí habían descubierto algo mucho más importante: la magia de confiar el uno en el otro.
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